viernes, 24 de marzo de 2017

Notas sucias (I)


I. Miro en la bandeja de entrada. Nada, ruido, voces desordenadas, luces y colores, las estupideces de la red y sus gentes, larvas de ideas, su moco, rastro de babas. Las identificaciones burguesas, odiosas e insoportables, de los individuos con la masa estéril y funcional, a través de imágenes ostentosas, convencionales, de una clase ociosa incluso en la miseria, son la repetición incesante de las mismas alegorías (nostalgia del Dios ausente: un orden, un todo, perdido y absoluto...) del consumo. La siempre igual, mórbida, y estática, atonía comercial. La textualidad inconexa de la red, paradójicamente social, es efectivamente como la textualidad de las puertas de los retretes públicos, cuya pretensión, y su cumbre, es dar cauce léxico a la secreción. Un lenguaje bárbaro, salvaje, conformado por garabatos y gusanillos negros hilvanándose en vacuidades, insultos, exabruptos, gruñidos, cinismos y obscenidades, como viejos boqueando ante el final. Toda puerta de baño público contiene una pequeña, y frívola, cosmovisión del mundo, como fragmentos anoréxicos de vida sucumbiendo inevitablemente a la reducción según formulaciones binarias del amor soez y vulgar, un tropo del sexo sucio y juvenil: un corazón rojo, goteando, sangriento, y negro, atravesado por flechas y nombres efímeros, disueltos, fluyendo hacia el sumidero del olvido. Pensaba que escribir, y escribir sobre cualquier soporte, era una forma de aparecer, un modo de intervención política, de irrumpir, interrumpir, presentarse y hacerse real, existente; ser visto y oído por los demás en su extraña y radical singularidad, en esa red de relaciones inagotable. Hoy, creo que es la mayor operación de ocultación, de ausencia, de solipsismo contumaz. Algo más que distanciarse de tiempos infames, esta diabólica manía de escribir, nos hace desaparecer de una época de lobos atildados y acicalados. La red, expresión, cáscara, de una cultura caníbal; la nueva religión de las democracias occidentales y las llamadas sociedades abiertas; decadentes. 

II. Voy a mi antiguo instituto a contar la experiencia en la universidad; realmente iba a dinamitar un orden ideológico y un espacio común de experiencias consensuadas y administradas sobre el asunto, que alienan y cosifican las cabezas. Decepción y desolación entre sus cuatro paredes, impregnadas por el viscoso fetichismo del futuro, ficción de un porvenir. Veo las anticipaciones de la deuda profesional y su adherido deber, la culpa que sigue a la frustración del fracaso, y el castigo, un dolor agudo que aprieta permanentemente el pecho del que va perdiendo ilusiones; pero todavía es muy pronto. Los jóvenes son sacos mal atados de sueños diurnos. Se agitan, buscan pronto algo con seguridad, piden, gritan, vida, pierden algunas cosas y ganan otras en el camino; toda elección es antes una renuncia que una afirmación, pero en las condiciones actuales de atomización social y vaporización intelectual esto es inasumible. Pero todo eso no lo saben; con la imaginación desbordante ven en toda lejanía un embellecimiento, porque no poseen aún la propia vida, la que se les promete con dorados horizontes de felicidad y nuevas invenciones de placer, sobre todo ociosidad, si obedecen; ese es el primer impulso. El principio de realidad actúa, y lo abrumadoramente existente, lo aplastante de lo dado, también. Sólo piensan en el tiempo hipotecado de su futuro, en las metas, en las realizaciones y superaciones de las mismas, el consecuente reconocimiento y éxito, el triunfo heroico del homo economicus, y pierden el sentido de los fines autónomos, de la razón, y las esperanzas de emancipación; porque las desconocen. La imposibilidad de la filosofía, su negatividad, en ese aparato ideológico positivo es evidente y sólo un necio o un envilecido podrían pasarlo por alto; aparece el crepúsculo del pensamiento crítico, el ocaso de la reflexión pausada en los centros educativos, sólo hay futuro, porvenir, seguridad, promesas de dinero y entretenimiento, el dominio de las opiniones oficiales y convencionales; la nítida y sólida lógica del Capital, edulcorada por los dispositivos de propaganda socialdemócrata. Entré, me expliqué como pude, y me fui, con total indiferencia y despreocupación, pensando que no era necesario convertir la mierda en flores. 


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