La otra noche, en una de esas noches de insomnio devastador, algo desconocido en mi vida, mientras la lluvia golpeaba mi ventana, sucias gotas de arena pintaban los cristales, pensé, soñé despierto, en la inmortalidad del hombre. Lo vengo leyendo en distintos textos de la saga, el monopolio, Brockman, y por fin se filtró en mis madrugadas. En los inicios, y a mediados, del siglo pasado era habitual tener sueños científicos, soñar en el enorme poder que se vinculaba a la ciencia desde Galileo. Desde que las certezas y evidencias, la experimentación científica, se desprendiera de los grilletes modernos de los sentidos del hombre, desde que la experiencia del científico levantaba los pies de la tierra, de la experiencia terrena, y se mediatizara por complejos instrumentos de medición e intervención en la naturaleza, temor y esperanza se conjugaban a partes iguales cuando hablábamos de los sueños de la ciencia, de sus imposibles proyecciones. El hombre no ampliaba su horizonte, no revelaba más espacios en la tierra, sino que la tierra se reducía, el mundo se empequeñecía en sus manos, el abrigo de la tierra le quedaba estrecho y necesitaba del universo para saciar su ambición y habitar cómodamente. Pasar de hombres terrenos a hombres universales tuvo grandes implicaciones políticas, que nunca antes la ciencia tuvo: se transformaron los medios bélicos, las formas de hacer la guerra, los sueños del mundo, mutaron en terroríficos mosntruos, y espléndidas utopías de rizos dorados, muy lejanas, etc. Ahora, podría suceder algo mayor, que se incrusta en mis entrañas en la forma del sueño humano más maravilloso y anhelado de la historia. Quizá el paso del hombre mortal al inmortal quede muy lejos, pero significaría uno de las mayores revoluciones no sólo de la política, la ciencia, la literatura y la filosofía, sino de la humanidad en su conjunto, en su condición ordinaria y absoluta. Un sueño que hoy, como nunca antes sucedió, puede confundirse con mayor razón y verosimilitud con la realidad. La Inmortalidad significa una duración en el tiempo, en la vida, sin muerte por degradación ni corrupción, una vida sin límites. Nadie piensa que pueda darse de una sola vez, en una prolongación y duración infinita, sin límite ni fecha de caducidad; pero una resistencia firme, digna, decente, sobria, a la hasta ahora inevitable desaparición, es algo que casi tocamos con las manos, que casi podemos oler de forma inconfundible. Difuminar el límite, retrasarlo hasta fechas impensables para una pequeña y tímida vida humana, siempre precaria, ya supone estar en la compleja senda de la inmortalidad. Nunca antes esa sombría vereda, ahora diáfano camino asfaltado tostado por el sol, había sido tan recorrido y a tal velocidad. Noto las abigarradas mariposas revoloteando en el estómago, y comprendo que este entusiasmo lleve, o haya llevado, a la locura, a la perdición. Definitivamente me desperté, me desvelé, no pude pegar ojo en toda la noche, el día eterno me esperaba, próximo y cálido, ¿feliz?.
Soñaba, o pensaba, quien sabe ya, en alargar la vida al menos hasta los 150 o 200 años, algo que en Edge dan por muy cercano. La infinidad de cosas que cambiarían en la vida cotidiana y ordinaria de las personas sería inabarcable en pocas palabras: la calidad de los sueños, esperanzas y proyectos cobrarían una densidad y textura inesperada, mucho más compleja, y las fronteras, abismos radicales, en la lucha generacional (entre padres e hijos) ya no constituirían una confrontación binaria tan polarizada, las relaciones humanas abandonarían su falsa solidez y se convertirían en instantes fragmentarios y prolongados (la fortaleza de la amistad serían instantes de amistad, demasiado flujo), y la gran batalla de la intimidad, la confrontación entre el paso del tiempo (progreso/decadencia) y la felicidad (alegría sostenida/ignorancia) podría dilucidarse en la elección exacta de la vida, la elección exacta del momento de la muerte; una decisión moral y estética de la que podríamos apropiarnos por completo y arrebatar al azar y al infortunio. Decidir cuándo la vida es demasiado pesada, insufrible, desquiciada, con cierta perspectiva y distancia temporal como colchón, sería una de las mayores decisiones éticas, el mayor reto, del hombre. Todo eso, entre otras muchas cosas que ayudarían a alargar la sombra de la vida. La filosofía ya no podría pensar, como ha pensado siempre su tradición, ese complejo y maravilloso hipertexto, en el hombre como mortal, finito, un ser para la muerte; tendría renovar todas sus categorías, políticas y ontológicas, para actualizar al hombre, situarlo en su , esta vez sí, nuevo tiempo: el hombre como un ser natal, como anticipó Hannah Arendt en sus deliciosos libros. ¿Si en literatura, sea de ficción o memorialista, la muerte ha producido grandes imágenes y figuras de la belleza, grandes experiencias estéticas, corporales y contemplativas, del hombre, qué no podrá aportar, producir, la vida inmortal, ese brillante día eterno?, ¿lo sublime? Hemos leído a hombres quebrados, rotos, al borde del abismo, con emoción contenida geométricamente en sus textos, su vida apresada y exprimida en los dietarios, y hemos visto su dolor hecho belleza en sus memorias, en sus palabras, en su temblorosa y valiente pluma. ¿Qué no veremos cuando se tome "la decisión" tras una vida completa? (Me interesa pensar en la contraposición -dialéctica; esperando una síntesis- entre las vidas mortales como vidas incompletas y las vidas inmortales como vidas completas. ¿Cómo incrustar las vidas dañadas, las reflexiones desde la vida dañada, en este nuevo eje temporal, o atemporal?)
La certeza de no vivir ese día eterno me produce una sensación ambivalente, contradictoria, pero intensísima. Me desespera no superar la mortalidad, si no vencerla, al menos resistirla un tiempo inhumano; pero vivir en este umbral incierto entre lo finito y lo infinito (o casi infinito) me entusiasma. El miedo que produce ese poder sobre la propia condición de mortalidad en los hombres, no es infundado, ni está injustificado. Podrían crearse las mayores y más brutales condiciones criminales de lucha del hombre contra hombre, las mayores redes de confusión y dominación del hombre por la bestia, y disolver la memoria y la perspectiva histórica imponiendo la gran afirmación del eterno retorno... Pero sus esperanzas, pesan... De ahí la necesidad primaria e indeleble de la reflexión política, crítica; que jamás podrá sustituir ninguna ciencia tutelada por el poder, ni ningún poder científico... El hecho de la inmortalidad en la vida, y no después de ella, en la muerte, como prometían todas las religiones, e incluso regímenes políticos (en una falsa realidad mortuoria) hace de nuestro tiempo algo verdaderamente singular; al margen de cualquier consideración crítica, repito (filosófica, radical), y sin caer en ingenuidades infantiles. Esta noche, aquella noche, en este artículo, ya no puedo seguir más, es demasiado, todo queda allá, ahogado, en esa lluvia sucia, sabiendo que algún día tendré que afrontarlo con inteligencia y serenidad, la que hoy, me falta...
La certeza de no vivir ese día eterno me produce una sensación ambivalente, contradictoria, pero intensísima. Me desespera no superar la mortalidad, si no vencerla, al menos resistirla un tiempo inhumano; pero vivir en este umbral incierto entre lo finito y lo infinito (o casi infinito) me entusiasma. El miedo que produce ese poder sobre la propia condición de mortalidad en los hombres, no es infundado, ni está injustificado. Podrían crearse las mayores y más brutales condiciones criminales de lucha del hombre contra hombre, las mayores redes de confusión y dominación del hombre por la bestia, y disolver la memoria y la perspectiva histórica imponiendo la gran afirmación del eterno retorno... Pero sus esperanzas, pesan... De ahí la necesidad primaria e indeleble de la reflexión política, crítica; que jamás podrá sustituir ninguna ciencia tutelada por el poder, ni ningún poder científico... El hecho de la inmortalidad en la vida, y no después de ella, en la muerte, como prometían todas las religiones, e incluso regímenes políticos (en una falsa realidad mortuoria) hace de nuestro tiempo algo verdaderamente singular; al margen de cualquier consideración crítica, repito (filosófica, radical), y sin caer en ingenuidades infantiles. Esta noche, aquella noche, en este artículo, ya no puedo seguir más, es demasiado, todo queda allá, ahogado, en esa lluvia sucia, sabiendo que algún día tendré que afrontarlo con inteligencia y serenidad, la que hoy, me falta...
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