lunes, 12 de septiembre de 2016

Kjell Askildsen: un vasto y desierto paisaje


Noruega es otro país. Sus hombres son inseparables de sus grandiosos y desmesurados fiordos; viven entre la modernidad y el secreto depósito de melancolía que oculta la exuberante naturaleza virgen. Un temperamento gélido que enloquece y se pierde entre montañas y desérticos glaciares. Su espíritu, se forja en magníficos puertos, limitados y eternizados por el mar, y en los días tristes y lentos de lluvia y neblina. La capital, Oslo, es una población pequeña pero agradable, dice Pla. En las afueras, cerca de las pistas de esquí, Kjell Askildsen, escribe gritos mudos cosidos a palabras. Él, que construyó la imagen de una decrepitud solitaria, aislada, silenciosa, progresiva, sin fin, en la desesperanza del estado de bienestar postcapitalista, vive la suya con plenitud. 2016. Ochenta y seis años ya, soportando, escribiendo, traduciendo abnegadamente a sus autores -Broch, Strindberg, Beckett, Harold Pinter (de los que no he leído nada, de momento)-, eludiendo la merecida fama, y la adherida bicoca, de su magnífica obra, por la cual lo conoce el mundo: una magistral colección de relatos breves, short story, o llano y lato, de cuentos. A mi juicio, uno de los mejores que he leído. Incluso, sin caer en lo atrevido y lo pretencioso, un clásico a la altura de Joyce, por la profundidad, la reflexión interna de los personajes (sobre el tiempo), de Hemingway y Carver, por el estilo, de Sartre y Camus, por el sentido. El final de los textos nunca llega, como si pensara que la última palabra sólo la dicen, la imponen, los necios y los malvados. Sus narraciones nunca llegan a finalizar la pequeña historia de un hombre, porque en el fondo solo habla del mismo hombre universal, desolado y abandonado. Nos suelta a la intemperie, tras habernos mantenido suspendidos ante un abismo, agarrándonos del cuello hasta la asfixia, prometiendo vanamente la seguridad, sin haber resuelto los conflictos existenciales de los personajes. Narrativamente no existe ese conflicto, esa fiebre, de las plumas inestables y quebradizas entre el autor y el lenguaje, el estilo, que lo enturbia todo. Simplemente hay sobriedad y elegancia en su lenguaje, distancia, razón mediadora, y ese espacio que nos separa unos de otros: la soledad. Sus palabras están llenas y rebosantes. Pero llenas y rebosantes de soledad, del sin sentido de la vida, en la infancia, la madurez, la vejez, del hombre en el poscapitalismo: zozobra y tedio de la vida hecho sistema político. En su escritura desnuda, sin artificios de ningún tipo, sólo pone lo necesario, lo justo y preciso, no sobra ni falta nada, es exacto, un acto de geometría virtuoso. No existen los efectos decorativos, ni el hedor de esas estéticas absolutas, redondas, en descomposición, ni añadidos fortuitos; solo hay ritmo, cadencia, y las palabras justas para identificar un estado de ánimo, de conciencia. Cada oración lleva adelante la historia, sin ornamentos narrativos excesivos, sin "trama", ¡es la jodida y puta vida! expuesta sobre sí misma, lanzada, a su propia garganta. El problema fundamental, de su literatura, la destrucción de la intimidad como autenticidad, ¡ese bellísimo y terrorífico conflicto!, queda sin resolver, inacabado. En el oportuno prólogo de la edición de sus cuentos completos (Cuentos; Lengua de trapo, 2010), Fogwil, sintetiza perfectamente la escritura, la esencia, de estos cuentos:

 << Los textos de Askildsen eluden descripciones, escenografías, tramas, suspensos, desenlaces, sorpresas calculadas que revelen la mala fe del narrador, pinturas de época, guiños a la moda de temporada, denuncias contra nazis, el racismo, el estalinismo, el capitalismo, la contaminación, los medios de comunicación, la policía, la monarquía, la injusticia, ni contra el mal, entendido como resultado de un proyecto consciente de los humanos. Y sin embargo, cada una de sus páginas nos sacude como si fuese un alegato. ¿Qué alega? >> ¿Contra qué lucha?, ¿contra qué se resiste y patalea?, ¿qué soporta? Nada, o la nada de la vida en nuestra época, su vacío, su estar ahí, parado y lento. Eso, nada más, un grito mudo de angustia. Prosigue, Fogwill:  << Efectivamente, es un artista del narrar y ha creado un estilo indeleble. Puede narrarlo todo y de la mejor manera con personajes sin rostro ni más rasgos físicos que el detalle indispensable, con nombres que se olvidan de inmediato, sin tonos de voz; representando diálogos reducidos al mínimo y muy a menudo sin saltos de párrafo ni comillas; con emociones transmitidas por una palabra o por un impulso al actuar; con climas y estaciones indicadas  apenas por la luz o por ínfimas señales del cuerpo o del espacio natural; con tragedias resumidas por simple evocación de una imagen visual y un clímax erótico logrados por el leve desplazamiento de una mano, o con odio significado por el movimiento de un cuerpo que sale a prender un cigarrillo. Con semejante material ha podido crear un mundo. Su mundo [...] >>

Askildsen, es un autor que no resiste las etiquetas, ni cualquier otro tipo de aprisionamiento o canonización. Su obra, su prosa, despojada de generaciones y grupos culturales, tan depredadores, se ha comparado con distintos autores que han acuñado un estilo idiosincrásico y personalísimo. Se le ha comparado con el realismo sucio carveriano, por la sobriedad de estilo, su economía literaria, y por reflejar, revelar, el despotismo de la sordidez que ocultan las pequeñas cosas, los objetos cotidianos que configuran nuestra intranquila tranquilidad del día a día. Esos objetos y experiencias que, aunque no se oigan, no se muevan, producen un temblor sísmico hasta el horror, que acecha bajo la aparente intrascendencia de los hechos pequeños, y destruyen, a la vez que lo forman, su mundo. Cierto que ambos autores comparten esa revuelta contra lo convencionalmente real, la famosa "realidad aplastante", tan brutal, que no es sino un emergente de las maneras de narrarla. Pero la plasticidad, la ductilidad, el engranaje exacto, de la prosa de Askildsen, es muy superior; la originalidad y penetración de sus reflexiones y narraciones sobre el tiempo, y la inauguración de un "minimalismo de la abundancia", los diferencia de un modo radical. Los cuentos de Askildsen entran a fondo en el espíritu, son bisturíes del interior humano que rastrean entre las vísceras para ponerlas sobre la mesa y diseccionar los conflictos larvados durante años entre los personajes, captados en un momento cualquiera de sus vidas. Nada es explícito en sus historias, todo es sutil e indirecto, señala, indica, pero nunca muestra más que la conciencia, la elegancia es su distintivo. No hay el erotismo ni el sexo, ni la violencia cruda de Carver, ni ese lenguaje, en ocasiones, viciado; solo existe la sensualidad precaria y escasa, una terrible frialdad y rigidez, en esos deliciosos cuentos de los fiordos. La inteligencia de Askildsen penetra hondamente, es más profunda y araña al lector en el alma, involucra su propia vida, golpea en su conciencia, por esa desnudez y ausencia de artificio, que en Carver no existe a tal nivel. En otro acto injusto de asociación, han relacionado sus textos con el existencialismo de Sartre y Camus, por la construcción perfecta del nihilismo (no pesimista) y su concepción del hombre. Nada que ver. La intención y finalidad del noruego son mucho más complejas, discretas, y ocultas, silenciosas y educadas. No existe, más o menos visible, una filosofía con mayúsculas, coherente, amplia, que envuelva y rodee su "narrativa" y sus personajes, como existe con los existencialistas franceses. Los cuentos de  Askildsen no son textos de formación o medios pedagógicos para explicar una filosofía, son parte de una reflexión íntima y subjetiva, casi como una confesión personal: fragmentos que hacen alusión a un orden perdido. Sus hombres, son el hombre real, ordinario, corriente. Aparecen, como aparecen en la vida real, como si no hubiera nada mejor que el hombre. Mientras que en Sartre y Camus sus personajes se van haciendo a través de la voluntad; sus hombres, abiertos e indefinidos, responden más a un ideal, una utopía, que a una dura y cruel resistencia de la realidad. Me invade un extraño y penoso sentimiento de vergüenza al hablar de su narrativa: es tan limpia, clara, ligera y vidriosa, que casi se escurre entre los dedos, resbala de las manos. Casi, digo casi, indecible. Magnífica. 

Fogwill, para terminar, parece descartar con demasiada rapidez el elemento político de sus cuentos. Ciertamente no obedecen ni a capillitas, ni a trincheras, ni a grupos políticos; su lectura no es ideológica, ¡que desperdicio de lectura sería ese!, pero sí obedecen a las más genuinas experiencias del hombre en un régimen postcapitalista. Sus personajes sufren aquel sentimiento de culpa que según Benjamin produce el capitalismo como religión. Existe una vinculación intima entre el sentimiento concatenado de los personajes, deuda-culpa-castigo, y el tedio y zozobra del mundo que les rodea. Hay, ciertamente, algo religioso en todo eso. La decrepitud, la desolación y la angustia de los hombres en sus vidas, descritos en su literatura, no es espontánea, sino que nace del concentrado de una época, la nuestra. Los hermosos e inquietantes títulos de sus cuentos dan prueba de ello: Un vasto y desierto paisaje, Últimas notas de Thomas F. para la humanidad, Los perros de Tesalónica, Una lechera de tiempo, etc. Son la metáfora de todo, contemplado desde el lado brutal y solitario de la vida. Parece que Askildsen coincide con esa idea zambraniana, que responde a un "para qué se escribe", según la cual se escribe para defender la soledad en que se vive. Los cuentos de Askildsen no solo defienden la soledad en que se vive, sino que la embellecen deliciosamente con una sensibilidad que nuestra época nos amputa. 

     







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