miércoles, 29 de junio de 2016

Resumen de c(h)ampaña, parte 2ª


8. La dictadura de la democracia es la crueldad de la ignorancia. Unas breves y ácidas palabras de Arcadi en sus Cartas... revelarán un antiguo problema disfrazado de lo nuevo: 

"En el pasado los ignorantes se limitaban a seguir con indiferencia las diversas instrucciones de la élite. Su inhibición política era notable. La situación ha cambiado bruscamente. Ahora la ignorancia está articulada y se muestra con orgullo. Las redes sociales han vertebrado, y otorgado identidad, poder y disciplina, aun tumultuaria, a los ignorantes. Internet no sólo junta a los iguales filatélicos. Esta dinámica de grupo tiene efectos poderosos. Hasta el punto de que cuando Trump se dirige a ellos, llamándoles lo que son y animándoles a que se exhiban con arrogancia, el grupo reacciona felizmente a una. El bronco griterío de la identidad compartida se impone a la constatación humillante del insulto. Luego está el embrutecimiento. Históricamente, las masas han disfrutado de sus innumerables variedades, desde el alcohol al juego, pasando por el deporte y el espectáculo sicalíptico. Ahora la política también forma parte del embrutecimiento de las masas iletradas. El éxito español de la Sexta o el de la cadena Fox en EEUU no se explica sin ese cambio de las formas de consumo."


Ese consumo de la política, televisivo y real, es uno de los grandes defectos de nuestra democracia; y quizá, la conversión de nuestra memoria cultural en una cultura mediática, televisiva y desarticulada, sin autoridad, el peor de todos. La afirmación que se lanza desde un parte de esa cultura desarticulada de que el populismo y el soberanismo ha destruido la firmeza y el orden de nuestra democracia, no es más que un sucio truco de la propaganda, estamos en la era más propagandística gracias a su normalización, de los conservadores y socialdemócratas que desean reedificarla desde sus mesas de despacho; allí donde olvidaron el pasado y perdieron irreversiblemente la memoria. Adorno dijo algo parecido respecto a Hitler y la afirmación que los poderes institucionales y burocráticos posteriores al fascismo quisieron imponer en el viejo tiempo de posguerra de los relatos de masas, de que él y su gobierno nazi fueron los que destruyeron la cultura alemana. Como ya sabemos la diacronía es el instrumento más rudimentario y eficaz que disponen los núcleos de poder que nos persiguen desde ayer hasta hoy. Lo que Hitler aniquiló en el arte y el pensamiento llevaba hace ya tiempo una existencia escindida y apócrifa, cuyos últimos refugios barrió el fascismo, dice Adorno. Hoy, en una repetición cómica y tediosa de esos tiempos desolados y estériles previos a la oscuridad, el ámbito cultural y político suspira por una figura, un liderazgo mesiánico y redentor, que suprima la impronta de este presente apático donde no existe una oposición al poder político y su domesticación cultural, tan industrializada que su docilidad y servilismo se han vuelto sus peores vergüenzas. Los métodos ideológicos para construir una oposición son antiguos: tener compasión con los más necios. Sintagma que hace suyo la televisión: su nicho de negocio es la ignorancia. Ello ha conducido a una fatal confusión. El aniquilamiento de las raíces culturales y políticas, que al margen de la propaganda y las técnicas mediáticas para movilizar a las masas, podían haber articulado una oposición real y verdadera contra los partidos conservadores o socialdemócratas. No hay resultados estéticos ni morales de la cultura ni la política, sino productos televisivos que interpretan una ficción y una ilusión si cabe más devastadora y desoladora, y que se han hecho con la representación del espíritu de la refundación o reconstrucción de unas ruinas antigua, con simples relatos de la nueva era, el cambio definitivo etc. Estas técnicas, repito, no son nuevas, se disfrazan de actualidad para revivir lo más residual y ucrónico del pasado, la pestilencia irresuelta de lo viejo, que como los residuos en el mar, vuelven a nuestras orillas con el tiempo.        

9. Cataluña es la verdad de todo esto. Gracias a la indefinición del Psoe y el Psc con el hecho catalán, la clave de la campaña ha sido el problema nacionalista, que a su vez y paradógicamente también ha sido su más profundo y aletargado silencio; lo invisible que operaba en las sombras. El conocido como problema catalán aglutina en pequeño los grandes problemas de España: es su más vivo y cruel reflejo, su más nítida y descorazonadora representación. La nueva izquierda se conforma de populistas y soberanistas, productos de una cultura estéril y una política ficticia, para luchar contra el nacionalismo catalán y sus vinculaciones reaccionarias, y contra la desmemoria y el atroz pragmatismo y funcionalismo, pura explotación económica, de los poderes administrados de la magullada política socialdemócrata y conservadora. Cataluña, mucho a su pesar, no es diferente ni singular en esto, es la copia más burda y grotesca de un problema general, de actualidad televisiva y de herencia lejana y fascista.  

10.  Atropellos de la moral. Como muchos hombres de los que conozco su vida personal, sea mediatizada por la escritura o la sencilla pero nítida y reveladora experiencia ordinaria, mi vida adulta empieza con el descubrimiento, a veces desolador, del dinero y las mujeres. Un binomio de equívoca y difícil conjugación. Las guardianas de las esencias eróticas o abogadas de los desbordamientos inevitables de la líbido, no me dejarán hablar con claridad, les gusta, les va el negocio en ello, enturbiar las palabras y el lenguaje con negros barros pegajosos e intrigantes. Como cuando después de una tormenta miramos hipnotizados desde un puentecillo de troncos húmedos, viejos e inestables, el agua turbia y negra de un riachuelo arremolinado e inquieto, en el que solo vemos su tautológica oscuridad, identificando su bastedad y opacidad cromática con la desolación y la turbadora angustia de lo que oculta en sus profundidades. El asunto es un futbolista que fue de putas, encabezado por el recurrente "presuntamente" de la prensa para liberarse de toda negligencia y responsabilidad. La prostitución es una actividad física que me causa ciertos problemas éticos, y su práctica no me convence estéticamente. El futbolista asegura que simplemente organizó una noche con chicas de pago y chicos ricos que pagaban muy bien los servicios sexuales y todas sus necesidades, y nada más. Él, no consume putas, y ni mucho menos las agrede, dice. Ni siquiera un indicio, cualquier rumor vago basta para que Pdr Snchz actúe bajo la sombra de su relativa verdad y condene al futbolista. Le incomoda, no tolera que un jugador, tonto y rico, vaya de putas y pueda jugar en la selección española de fútbol, órgano que si se distingue por algo es por su refinada inteligencia y sensibilidad estética. ¡A él!, que está incómodo con el gobierno, con la oposición, con su partido, y consigo mismo; vive en la incomodidad permanente, como muchos, un putero oficioso le molesta. A Garzón le parece mercantilización del cuerpo de la mujer, una explotación, ¡vaya! cómo si el trabajo no lo fuera, que utiliza para revivir aquel maravilloso sintagma, desacoplado del marxismo: Mi cuerpo es mío, mis manos, mi capital. Con las que te nombro, te señalo, y te escribo, maldito cinismo. Los sujetos políticos, para salvar unas brechas en la columna moral de esas mujeres y su trabajo sexual, algo que está aún por ver, han cometido un delito moral mucho mayor: actuar con un inocente como si fuera culpable y todos los atropellos éticos y estéticos que ello conlleva. La atrocidad formal consiste en que los representantes de la legalidad y sus implicaciones, sean los primeros en romperlas, sin conciencia alguna de la brecha y con total impunidad. Lean esto como algo insignificante y pronto se confundirá la legalidad con la moralidad (véase Moralidad y criminalidad de Kraus; para él todo, palabras y actos, cae en la esfera del derecho): lo público y lo privado quedarán destruidos, devastados. Una de las descripciones más perfectas, simples y limpias de una dictadura es la que se desprende de lo dicho: la moral como limitación de la libertad de expresión, libertad de movimientos y de costumbres; es decir, cuando la moralidad sustituye el espacio de la legalidad, y se convierte en una cuestión penal.     



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