miércoles, 8 de junio de 2016

El periodismo es un prólogo


La otra noche, por sorpresa, como suelen ocurrir los regalos, llamó C y fuimos a cenar, prendido por la alegría. Había vuelto de sus exigentes tareas y deberes, e íbamos a ponernos al día. La velada fue muy agradable, a la francesa. Se está afrancesando en beneficio de todo y de todos. Como suele suceder con los afrancesados, todo es elegante, culto y humano. C, a diferencia de las insulsas chicas de mi devastada generación, es de esas mujeres que con el tiempo se ennoblece y no hace más que crecer, "un genio robustísimo, nacido para vérselas a pecho descubierto con bibliotecas enteras", diría Boswell también de ella. En una de esas terracitas, tan frescas, que tanto frecuentábamos, insinuó, señaló, casi lo dijo, a cuento de la posibilidad de aplicar arquetipos estéticos que encajen en la vida íntima, que tanto daba si recurríamos al periodismo y al dietario, o a la ficción, la novela, para proveernos de ese material estético encubridor. En ambos casos, la prenda quedaría demasiado holgada o demasiado ceñida a nuestro cuerpo concreto o real: la contingencia desahuciaría a la necesidad estética. Pues bien, baste que ella señale algo con imprecisión (una igualación que no puedo tolerar), para que yo envista como un miura. He perdido en demasiadas noches, y me ha vencido muchas cenas, como para que desaproveche una jugosa ocasión como esta. Pensé en algo que leí. 

 Frank Brady escribe en el prólogo a la edición de la Vida de Samuel Johnson de Boswell, unas importantes reflexiones entorno a la memoria y la imaginación, la historia y la novela, y la dimensión ética y anecdótica de las biografías. De las grandes biografías. Como puede ser este hercúleo volumen de Acantilado, este mastodóntico clásico, un coloso de la literatura. A cada página que leo, cesárea e imperial, se desprende un tiempo completo y absoluto, con sus conversaciones inacabables e inasumibles, sus cartas inabarcables; sus apuntes íntimos en dietarios, concretísimos, son una verdadera avalancha de detalles innumerables, imposibles de recordar, de contener en una sola y simple cabeza. Al leerlo no tocamos un libro, sino a un hombre. Con esa ansia e incesante curiosidad por la vida del ser humano en toda su variedad. Nos encontramos en la misma estancia que él, en el salón, la taberna, lo encontramos sentado frente a nosotros, grueso y distendido, vemos la expresión de su rostro, las violentas convulsiones de la cabeza y el cuello, la distorsión de sus ojos al mirar; nos habla con aspereza, en voz muy alta, le oímos reír, murmullar y gruñir; casi podríamos alargar la mano y tocarlo. Cerrar el libro es perder la telaraña de conversaciones de una época entera (conversaciones de Johnson con Burke, Hume, Boswell, etc.), dejar de sondear en la inmediatez el corazón de los hombres ahí donde estuviera la herida. Esas importantes observaciones de Brady, me sirven para disipar las brumas de lo que señaló C en su fugaz y rutilante visita. Consisten en distinguir entre los géneros de la memoria y los géneros de la imaginación. La biografía es una obra real y no ficticia como la novela. Realidad y ficción evocan planteamientos mentales y reales fundamentalmente disímiles. La cita es necesaria y justa; dice Brady: 

<< Las diferentes respuestas que suscitan realidad y ficción son en el fondo más fáciles de indicar que de definir. La ficción se ensancha en lo potencial, mientras que lo real propone la plácida resistencia de los hechos mismos. Los personajes de ficción pueden desarrollarse hasta un grado máximo de complejidad; en cambio, ¿quién puede afirmar dónde termina la resonancia de las personas de carne y hueso, como Garrick o Burke? La narrativa de ficción puede ser motivo de placer por su maravillosa inventiva, mientras la narración de lo real incita e incrementa una conciencia alerta: si esto le ha ocurrido a alguien, podría ocurrirme a mí.

El planteamiento mental de la ficción procede de la imaginación, el de lo real, de la memoria. Cierto es que ambos por fuerza se solapan: la imaginación se torna ininteligible si pierde el contacto con lo que ya conocemos, mientras que la memoria entraña una reconstrucción imaginativa [...] Las obras de imaginación son obras cerradas, las obras de la memoria son abiertas. Don Quijote es una novela que se contiene en sí misma: nada más podríamos saber de su héroe, porque no es una persona real. En cambio, de la Vida de Johnson es por así decir permeable; la versión del Johnson que presenta puede verificarse por la información que de él tenemos gracias a otras fuentes [...] >>

Un personaje de ficción, teatral o novelesco, sólo tiene que ser estético y verosímil, coherente quizás con el universo en que está encerrado, pero no fundamentalmente ético y veraz, como tiene que serlo necesariamente el personaje de una biografía o un dietario (que es el propio autor y su tiempo). En la biografía o las memorias, se aspira a poner en relación la vida y la obra de un autor con su tiempo, es este último el único y verdadero protagonista, sin distorsiones; consiste sobre todo en proporcionar a la obra en cuestión un contexto que la limitara y evitara el lógico desbordamiento. Por norma o definición, una biografía o unas memorias se hallan tan llenas de contradicciones y disonancias inconclusas e irresolubles, tan propias además de la contingencia de la vida misma, que difícilmente alcanzarán la conclusión satisfactoria de una novela. Esta, es un universo de sentido cerrado y necesario, determinista. El propósito de instruir, embellecer y juzgar es compartido por ambos géneros, sólo que la imaginación opera en generalidades abstractas y especulativas (con el mismo mérito intelectual) y la memoria, opera sobre figuras concretas y particulares, reales y extraídas de los hechos, no de ideas o imágenes. El género de la memoria ofrece modelos éticos y estéticos, de pensamiento, más individuales que generales. Así las características de un género como la memoria son idóneas para hablar de la vida íntima y real, pues es su sujeto y su objeto. No cabe duda que en los dietarios se miente y se olvida la dimensión ética, igual que en las novelas se escribe mal y sin verosimilitud; negligencias que suceden en la práctica, pero que no cambian los términos o los principios de un género literario. La memoria es ideal e idónea para hablar de los casos concretos y reales que nos rodean, aspirando a lograr alcanzar la pequeña parcela de verdad que ansiamos, de un modo más certero que con la imaginación. Su igualdad es, simplemente, falaz. 

 A raíz de todo esto, de enlazar lo de C con Bardy, pienso en el periodismo. El prólogo o prefacio cumple la función de poner en contacto al autor y su tiempo con el lector, en cierta medida la vida del autor y su obra eran perfectamente trasparentes y conocidas. Sus intenciones, sus idiosincrasias éticas y estéticas, se conocían para poder tomar un interlocutor válido como referente y límite de todo desbordamiento textual; otra tarea del creador. Esa ingrata y en ocasiones desmerecida tarea es exactamente la que cumplían los periódicos con sus reseñas, sus críticas y sus crónicas literarias. El prólogo es la antesala más próxima a la obra y al autor, como el periodismo es la antesala más próxima a la vida, a la constatación de que existimos, y cómo existimos en el mundo. La formulación derivada: el mejor periodismo es un buen prólogo. 

PD: Pienso incluso que el prólogo, podría llegar a sustituir a las nefastas entrevistas de los autores, tan rimbombantes, tan vulgares, tan comerciales y publicitarias. Como las entrevistas reportajeadas o las croniquillas de antaño podían ser sustituidas no por su repetición, sino por una larga y dilatada conversación. Véase, al propio Boswell con Johnson. Y más mediterráneo: De la jara y otras yerbas, de Ferlosio.  




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