lunes, 11 de abril de 2016
Un apéndice para mi pequeña xenofobia
Algunas notas dispersas que en el anterior artículo no encontraban su sitio, se quedaron desparramadas sobre la mesa, secas, junto a la ceniza fría de mi extinto cigarrillo. Desde el cajón en el que fueron encerradas posteriormente, en una exagerada soledad y densa oscuridad, ahora piden airearse, tomar siquiera algo de aliento antes incluso de ser escritas; las expongo pues, primitivas, bárbaras ellas:
I) El Manifest Koiné es la expresión textual, en forma de libelo (nada de informe técnico o académico; o quizás sí que es de nuestra academia de barretina y chichinabo...), del mito político que en el SXX, nuestra época técnica y lingüística, se ha convertido en una ingeniería de la despolitización y técnica trófica de la imaginación exuberante, en la que el mito, como sostenía Roland Barthes, es un "habla despolitizada", cuyas imágenes y símbolos, que articula y en los que vive instalada, no son considerados como tales, sino como insobornable realidad (naturaleza). Esta realidad no puede ser criticada o rechazada (negada), sino, aceptada pasivamente como necesaria e inevitable, como un fenómeno meteorológico irreversible; no como un artificio con métodos y planes de expertos y especialistas en técnica política: fabricadores de cáscaras ideológicas, espumas políticas etc. Por lo tanto el nacionalismo lejos de ser, como consideran algunos liberales, una excepción o un anacronismos en la comunidad europea de nuestros tiempos; es un fenómeno cuya naturaleza se adapta perfectamente a la condición técnica de nuestra época; que aún vive de los viejos resortes políticos del SXX.
II) De los profetas y panfletos providenciales, como el Koiné, dice Gellner: " La imagen que de sí mismo tiene el nacionalismo, y su verdadera naturaleza se relacionan de forma inversa y con una perfección irónica que pocas veces se ha visto, siquiera, en otras ideologías triunfantes. Ésta es la razón por la que creemos que, en términos generales, no podemos aprender demasiado acerca del nacionalismo estudiando sus profetas". Pues bien, yo, como Francisco Caja en La raza catalana, creo justamente lo contrario. Que no hay nada más revelador que la exposición pública de sus textos ante un espejo en el que se refleje intensamente y al aire libre, su mentira y su vileza; exactamente como sucedió con las figuritas de lladró del mandarinato catalán con el papelucho Koiné. De modo tal, que quien siga pensando en la jovialidad y el entusiasmo inocente y festivo de los nacionalistas, será él, el único y verdadero responsable de su negligencia política; no cabe engaño ni moralidad diferida alguna ante la evidencia. La responsabilidad de los individuos que forman parte del incoloro fantasma de la masificación que produce el mito político, no siempre permanece recluida en ese yo social en el que nos proyectamos e instalamos dejándonos llevar por la corriente dominante, para no actuar cuando el acontecimiento es inminente e inmediato, para no pensar genuinamente cuando el pensamiento único nos acecha, clavándonos su amenazadora mirada en el pecho.
III) El mito político (el nacionalismo) es ucrónico, por lo tanto su refutación racional es imposible, pues, en el fondo el mito coincide con el deseo colectivo personificado en el narcisismo de las diferencia. Idéntico a las convicciones de un grupo que se cree "único" y "excepcional"; y constituye la expresión de esos deseos y convicciones en un lenguaje beligerante, hostil y de movimiento continuo, de acción colectiva y permanente, de un solo cuerpo sin más oposición que la "fobia al exterior", en un plano ficcional de alteración temporal, en definitiva, de atemporalidad, en el que los análisis históricos y críticas políticas se desactivan e inutilizan a priori. Convirtiendo al otro, en enemigo de la realidad. Crea así, un universo de sentido en que cualquier dialéctica política (en el sentido político más amplio y e el sentido filosófico más estricto) que ataque el marco en el que se construye y habita el nacionalismo, más sólidamente lo incrusta en la mente de los conservadores incondicionales como en la de los progresistas moderados, afectados ambos por la falta de responsabilidad y espacio político. La negación de un marco, activa ese marco, reafirmandolo proporcionalmente a la fuerza e intensidad del ataque. Apoyes o ataques al nacionalismo en su universo de sentido o fuera de él, lo estás ayudando y consolidando.
IV) Que el núcleo doctrinal del catalanismo es la doctrina de la raza, que el nacionalismo es una especie de racialismo; lo vemos en Taguieff, en forma de cita en el libro de Francisco Caja:
<< a) el desplazamiento de la raza hacia la cultura, y la sustitución correlativa de la pureza racial por la identidad cultural "auténtica";
b) el desplazamiento de la desigualdad hacia la diferencia: el desprecio dispensado a los inferiores tiende así a dejar el sitio a la obsesión por el contacto con los otros y, más profundamente, a la fobia de la mezcla;
c) el recurso a enunciados heterófilos (derecho a la diferencia etc.) más que a enunciados heterófobos. >>
V) Un artículo en La Vanguardia (una Vanguardia que cada día pretende, inútilmente y con una dosis de cinismo y oportunismo incalificables e inasumibles, imitar y parecerse a la de Gaziel. Al menos en cuanto a una escritura, una melancólica y sudorosa prosa, que carga con algo perdido, irrecuperable, pero que siempre esta presente en la burguesía catalana como una aspiración ilusoria y entusiasta de realización plena: una Cataluña, en fin.) de Gregorío Morán nos revela la verdad sin tapujos ni trampantojos sobre el neofascismo lingüístico.
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Bulerías para cinéfilos.
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