Hoy sábado junto a mi padre, he ido de compras. No hay nada como salir del uterino hogar y toparse con el olor a sobaco en el metro, el olor gástrico de ciertos pasajeros y el hedor de algunos cuerpos en descomposición, estando vivos aún. Al fin llegamos. Las mejores librerías, dicen, de las mejores calles de Barcelona, estaban llenas de gente. Redondas, mayúsculas, opulentas, rebosantes, de sonrisas verdes y rizadas, lujuriosas, ludópatas, ansiosas, cursis y apestosas, esas gentes... Algunas señoras se paseaban. Sin embargo dicen que la gente no lee. Si leen, dicen que no entienden nada. Si lo entienden, son zafios y vulgares en su compresión. Si lo comprenden rectamente, simplemente eso, rectos y ortodoxos están. Otros leen y son académicos: nada más que decir. Si van más allá, algunos adquieren cara de besugos, grises, hervidos, asalmonados, incomprendidos; hay de todo. De todos modos, los veo muy tranquilos y relajados paseando entre libros y hablando por el móvil; aunque mal dormidos. Empiezo a descubrir -estoy en una curva y tierna edad donde a cada esquina descubro algo, y en cada pliegue me dejo la vida- que la gente adulta, aún considero adultos a los demás, que no duerme por las noches, es porque bascula mal el sentimiento de culpa, en los más sinceros, o porque en su cálculo de bienes morales, que confunden y asimilan utilitariamente a los materiales, la cuenta de resultados se inclina hacia el debe, el déficit, producto del desfalco moral, en los cínicos. Durante la noche, así, con eso, esa deuda, otro modo de responsabilidad por venir, en diferido, no consiguen dormir, dan vueltas y sudan, se rascan la cabeza hasta sangrar; pastilla al ristre y a intentarlo de nuevo. No suben, sólo bajan. Mientras que durante el día, son personas normales de lo más agradable y educadas, de dulce conversación, o viril respuesta, siempre contenida. Otros dormimos perfectamente por la noche, aunque no vivamos de día; respiramos con dificultad y fumamos sin parar. Las veces comemos, como goce perdido o limitado, inseguro e incierto. Otras, mordemos a los perros. Y sólo vivimos, si eso es vivir, en esa tranquilidad y ficción del reposo eterno, un simulacro, cuando dormimos, junto al sueño. Me da la sensación que justo ahí está la diferencia: los hombres que muerden a los perros no viven, y los hombres mordidos por un perro, no duermen.
En todo caso, he adquirido suculentos libros de esa inmensa y cara librería del centro; son libros pesados, densos, de trago largo y poso solemne; son novedades, bueno, libros actuales, contemporáneos, aunque minoritarios, quizá de culto: poesía, cuentos, ensayos... Los que pienso, llegarán a ser clásicos; es un noble juego, entretenido además. Siguen ahí, presionando violentamente mi mente; son siete libros, sólo uno y medio leídos, pero aguardan su turno con una impaciencia infantil y una presencia arrogante; están como si nada en la realidad, suspendidos en la indiferencia acuática del mundo, pero calando fuerte, quemando y abrasando, en el interior de mi conciencia. Eso sin tener en cuanta la presión del contexto temporal y su derivado material, espacial dicen. Con todo, es un sin vivir abrumador; un momento de un vasto y desierto paisaje que paradójicamente no permite parar, sino que acelera los tiempos, los plazos, las entregas, las fechas, acumula acontecimientos sin resolver, ni suturar, deja abiertas las heridas.Ya saben, vivir es una herida abierta. Al menos es sábado, aunque para mí, todos los días son iguales, vapuleo su sintaxis y embrutezco su gramática.
PD: Mañana domingo, voy al cine con M; veremos algo francés que ella no soporta y yo adoro, Los cuatrocientos golpes. Soy el más pequeño de una pequeña familia, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva. En mi caso, un querubín, sólo goces. Ella siempre me toma el peso y la tensión cuando nos vemos, dicho sea en un doble sentido, de culpa y política, como no podía ser de otra manera tratándose de un asunto familiar, como siempre lo son al fin y al cabo, los asuntos sobre el peso y la tensión tratados sin acritud ni hostilidad, sin deportividad televisiva al fin. Debería haber dicho que soporta, más que toma, mis asuntos físicos y metafísicos, que como sabemos, son la cosa más decorativa y doméstica; aunque se ensucien con facilidad y sirvan de poco. Algunos, los más afectados, los más en general, los usan para presentarse y reafirmarse, vanagloriarse, son premios para ellos cuando llegan a entenderlos. Yo, largón e impertinente, simplemente todo eso me transpira; efecto de poros irritados, verdaderos surcos rojizos, bien abiertos y ejercitados.
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