viernes, 16 de enero de 2015

En torno al Marqués de Sade (yII)



Por fin puedo prescindir de miserables y bochornosas excusas, para justificar mi falta de orden, cordura y mesura estudiantil; tras los artículos sobre la inexistencia ontológica de la libertad de expresión, por fin regreso a Sade, del que nunca debí alejarme, y mucho menos aplazar por mis artículos "filosóficos" cuestionables y cuestionados ya por algunos admirados ojos críticos. Como iba diciendo,¡por fin retomo a Sade! y lo hago con el planteamiento explicitado y presentado en su total diversidad temática, pues lo de hoy, pretende ser una respuesta más o menos crítica a todas las preguntas que se despertaron de mi lectura e interpretación de Sade. La empresa que emprende Sade, no es nada desdeñable, pues recurriendo a la ironía socrática, al modelo expositivo platónico (diálogos) y a la hiperbolización cartesiana de los problemas (objetos epistémicos) responde y se cor-relaciona con el contexto hipertextual (filosófico) de su época. Recordemos que "La filosofía en el tocador" (de ahí surge el contenido de estos artículos) se escribe entre 1794-1795 durante el período de Sade en la prisión, acusado de "moderantista" frente a los revolucionarios del terror de la época "ilustrada". Una obra que toma como interlocutores tanto a los grandes ilustrados: Rousseau ( por no citar a Restif de la Bretonne) y su teoría del buen salvaje; y a Kant con su tercera "Crítica", que servirá de puerta de embarque del Romanticismo, a través de la relación y concepción que establece entre "lo bello y lo sublime" . A su vez pues, Sade toma como interlocutores (nunca explícitos, esto son conjeturas mías) a miembros del romanticismo como Schiller, con su obra de 1795 también ( "cartas sobre la educación estética del hombre"), plagada de kantismo y temáticas contra-ilustradas, que servirán  como temas de polemización con Sade. Pues este, gracias a su condición de personaje o filósofo bisagra - no tantos lo han sido, pero podemos destacar a Platón, san Agustín, Descartes, Spinoza, Diderot, Kant, Hegel (aunque sea un caso único), Nietzsche etc. -  entre dos épocas discursivas, una que terminaba en decadencia y otra que se iniciaba con fuerza y esplendor; ha podido jugar un papel ambiguo en su clasificación política y filosófica, hasta tal punto de no saber cuál fue su mayor aportación: si político-irónica o filosófico-hiperbólica (yo opto por la primera).  

Su posición es por ello inclasificable, pues denuncia los hechos sombríos y el terror de la revolución francesa, denuncia la apología de la razón y la república del ideal ilustrado y a su vez, su postura se muestra antagónica a la sublimación positiva, es decir glorificación de la belleza propia de los románticos, especialmente su contemporáneo Schiller. De este modo entendemos como su compromiso sí que es ilustrado, aunque no el "realmente existente", inacabado o no. La polemización con sus contemporáneos e hiperbolización con los que toma como interlocutores tácitos, hacen de su filosofía algo muy general y amplio temáticamente, a la vez que poco precisa y nada técnica, pues su misión concreta y consciente era una causa política, no solo por su intención, sino por las circunstancias materiales. Recordemos que debía tomar el tema de la pornografía como pretexto para exponer sus tesis, como método de escritura de la ocultación, como una escritura silenciosa e invisible para los ojos de la censura, que era el enemigo revolucionario; un modo de disentir y no dejarse gobernar era jugar con la ironía y la escritura (nada espectacular literariamente). Hay que reconocer que es de muy valerosos situarse como un filósofo en fin de época y ser contrario tanto a lo que hay, como  a lo que se vislumbra, y si además es lo suficientemente inteligente y avispado como para construir un método, la escritura, para ocultar su causa política sin menosprecio por la influencia que pretendía causar, y así causó (hoy en día disponemos de micro-escrituras políticas contrarias a la ilustración), el mérito se ve engrandecido por el sentido del humor, la ironía y el sarcasmo. Él mismo se reía de sí mismo, puesto que se dedicaba a recaudar impuestos como gobernador, y en su obra no deja de remitirse a estos mismos como: pobres de espíritu, incapaces de goce, nonatos del placer, marginados del disfrute de vivir el cuerpo y le mente. Un personaje muy graciosos en definitiva. 

Las reflexiones políticas sobre el personaje y su época nos llevarían demasiado lejos, al menos tanto como las siempre brillantes reflexiones de Arendt sobre un Lessing "en tiempos de oscuridad". Por ese mismo motivo, para no ridiculizarme en un intento de establecer perfiles políticos en tiempos convulsos y que sobrepasan mis facultades; mi propósito se reduce al filosófico, que presentado como lo presenta Sade siempre resulta mucho más grato tanto para el escritor como para el lector, que no una disertación sobre Hegel. Aunque será inevitable concluir con su propósito político. Sin más dilación, debemos afrontar el problema general en Sade: Las promesas, esperanzas y anhelos de la cultura para con el hombre: la seguridad, la belleza, el orden y la estabilidad, la perdurabilidad y prosperidad material, intelectual, espiritual y física de los hombres en un estado de cultura contrapuesto al estado natural reivindicado por Rousseau. En esta problemática debemos destacar que la ironía no brilla por su ausencia, más bien satina todas sus reflexiones sobre el tema, pues la alternativa irónica de Sade consiste, no en establecer un retorno regresivo o adámico a la naturaleza. ¡Oh! paraíso perdido de los hombres, ¡oh! tierra de felicidad orden y apogeo de las virtudes humanas. Ofreciendo una "tercera vía" (tan de moda en nuestros días), Sade propone una inversión del platonismo (no al estilo de Nietzsche como dice Deleuze), es decir, en lugar de una utopía política (moral y cultural), una "Distopía del placer", una supresión, eliminación y subversión del orden cultural, de las normas y reglas culturales, y una sumisión a las leyes e inclinaciones corporales y naturales del placer, pero no desde el orden natural mismo, sino desde el reino propio del placer, esto es, el cuerpo, aunque sea en un medio de cultura, no se trata de moverse en ella como resplandeciente héroe, sino de estar en ella como intruso o ladrón, en decadencia, en ruinas. Una nueva caverna platónica (apariencia/sombras) del goce, el disfrute sensible y epidérmico, un macro-potro de tortura, donde el dolor y el goce íntimamente ligados, campan sin dominio, represión, orden autorizado o control alguno. Lo que se pretende destruir es la "gran promesa de la cultura": Eros (idea que retomará Freud); el amor como unión de individuos, unión de cuerpos individuales que configuran familias y estas a su vez, el gran cuerpo social; los principios básicos de la política orgánica de Hobbes. Esta idea de la política como gestión y administración de los cuerpos ya contenida en Sade, es la que adoptará Foucault en sus estudios posteriores sobre las sociedades panópticas. 

Ciertamente la idea de Eros como fundamento de la cultura puede rastrearse antes que en Freud o Sade, en san Agustín (ciudad de Dios), e incluso en Aristóteles (filia). Dejando de lado todo esto, la fórmula que Sade pretendía destruir es la idea de matrimonio (base del amor) formulado por Kant como "contrato entre dos socios que se garantizan recíprocamente el derecho de uso exclusivo y pleno de sus cuerpos y órganos sexuales, y los resultados que de ellos se deriven"; Sade contrariamente apuesta por la abolición de ataduras y restricciones, de contratos sociales abusivos o privaciones corporales, apuesta por colectivizar los cuerpos, democratiza el goce e impone las máximas de "Todos han de poder usar y ser usados por todos" o "nadie puede privar a nadie de nada (placer)". Lo que pretende conseguir con esta "distopía" es acabar con el carácter monolítico, regresivo y orgánico de la cultura, pretende ridiculizar y satirizar las normas represivas y estrictas de restricción corporal, a la vez que muestra los resultados de la falta de orden, organización y regulación que se conseguían mediante las revoluciones. Mostraba la solución divina a través del cuerpo del delito, del cuerpo del monstruo o el diablo, un acto hiperbólico que le lleva a destruir la máxima que servía de pretexto para el terror, esto es la "diosa razón" ilustrada y ensalzada por lo revolucionarios. Pues él defendía la razón como tribunal de los límites, como imposición de límites (normas y reglas) para poder distinguir el delito y el crimen, es decir, que si la razón lo podía justificar todo: crímenes, violaciones, violencia, muerte y subversión, entonces, la razón entendía el bien y el mal como simples trasformaciones de formas, como principios orgánicos motores de la naturaleza (simple movimiento mecánico); principios que aseguran la fecundidad, mantenimiento y reproducción de la naturaleza pero no de la cultura verdadera. El bien y el mal (si la razón no pone límites) no existen como categorías morales, entonces, no existe ni la culpa, ni la redención secular ni la responsabilidad propias de la moralidad; se ve a la cultura como continuación de o expansión de la naturaleza, se ve la cultura como una segunda naturaleza, una cultura subordinada a las leyes de la naturaleza, es decir un estado bárbaro según Schiller, pues el salvaje es el que vive en el estado natural, pero el bárbaro es el salvaje en la cultura. 

La reflexión es mucho más sutil de lo que podría parecer, pues si Dios ha muerto, con él a muerto la razón como tribunal del límite, y por lo tanto todo esta permitido; sólo existe transgresión si hay límites, de la misma manera que sólo hay profanación si existe lo sagrado, hay violación si hay propiedad, hay crimen y delito si hay ley;  y hay bien y mal  sólo si existen cosas que no pueden hacerse bajo ningún precio o pretexto. Resulta así que Sade es un puro ilustrado; un puro defensor de la razón como tribunal político: límite y orden, organización y articulación de una sociedad. En uno de los diálogos sádicos, uno de los personajes se suelta una parrafada de decenas de páginas, filosofando sobre la inexistencia de dios, más allá de los insultos que le profesa; en la que se muestra la existencia de un mal absoluto tras la marcha de Dios. Es decir, si se niega a Dios, la libertad se hace presente, y con ella se abren las puertas del mal absoluto. En esta escena se esta representando a Dios como la razón, y la razón como límite, como ley, cuya ausencia ciertamente posibilita la libertad absoluta, cuyo ejercicio máximo es el mal absoluto. Pues no obedecer, no es una simple subversión de las normas culturales y las reglas políticas, sino la suspensión del orden natural, de la ley natural (contra Rousseau), la libertad es no obedecer, por lo tanto no solo basta con entender el mal como simple transformación o cambio natural (biocenosis); sino que hay que invertir ese mandado mecánico y automático; y "desear" y "querer" el mal, tener conciencia del delito, dirigir la voluntad a perseguir hasta la propia destrucción de la naturaleza misma, no solo lo humano. Esta radicalidad es expresada públicamnete  a través de la técnica política de la escritura, y esto no es gratuito; pues cabe preguntarse ¿para qué hay que establecer una pornotopía  a través de la escritura, si su objetivo es político más que filosófico? Precisamente porque el único modo de hacer el mal absoluto, es a través de un mal que esta antes, durante y después, un mal que pueda hacerse sin cuerpos físicos, sin que el sujeto material tenga que estar despierto y activo para ejercerlo; un mal que se ejerza mientras duermes, un mal que pueda hacer el espíritu. Es decir, al hacer partícipe, colaborador, espectador y cómplice al lector, consigue convertirlos en delincuentes, en asesinos, en criminales, en sujetos necesarios que permiten el desorden y ausencia de la razón (Dios). La escritura y el lenguaje irónico, son en este caso, como en tantos otros, una técnica y estrategia política, más que filosófica; y al mismo tiempo mucho más útil como artefacto político que como filosófico.

Veo en Sade a un  Maquiavello de su época, un Sócrates anónimo y silencioso, un anti-héroe cuya figura real es antagónica y absolutamente inversa a su proyección pública y su fama de teórico del mal absoluto o radical. Pues como vemos: Dios, el mal, el placer, el sexo, el cuerpo, la propiedad (...), son objetos hiperbolizados para defender aquello que cuestiona en sus escenas y preguntas planteadas en sus obras. Resulta que tenemos a un ilustrado ortodoxo, a un defensor del orden, de la propiedad del cuerpo, de la razón como límite, de la libertad bajo el mandato de la moralidad y del poder político institucional. Un anti-rousseauniano y anti-romántico, pues lo sublime de los románticos es la máxima belleza, que ridiculiza como máximo goce y placer sexual. Un tipo de alta inteligencia y sentido del humor, que utiliza la escritura como técnica política para despertar conciencias, en definitiva: un político antes que  un filósofo o literato. 


















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