
<< I. ESTADO DE NATURALEZA
1. "¿Papá, qué quiere decir morir?", me pregunta mi hija.
La muerte no existe, le digo con una mentira. Cuando nos vamos, que nuestros miembros se enfríen es una ilusión; se convierten más bien en una centella y en un movimiento de ese deseo caótico, de aquella llama que nos ha generado. Morir no duele, no es real: lo que duele es fantasear sobre la muerte. No hay que tener miedo: cuando vivimos, la muerte no está...
¿Le mentí de veras? Tal vez no. Cuando se pretende que la muerte está presente en la vida, cuando se menosprecia la vida destinándola a la muerte, cuando esta no-vida, esta especie de "ser-nada" atropella, interpreta y engulle la singularidad y el deseo de cada instante de vida, la vida se torna impotente. No surge más que una demanda de trascendencia; y nada lleva a pensar que la trascendencia signifique divinidad y no sometimiento y humillación, angustia y servidumbre.
"Papá, ¿entonces no es verdad que los cuerpos vuelven a convertirse en polvo?"
Claro, respondo ya sin mentiras: pero nuestra inteligencia es más potente que la muerte. Amamos nuestro cuerpo no como si fuera polvo, sino como soporte bello e irreductible de la fuerza de vivir, de la potencia de ser felices. La vida es una lucha, implacable y feroz, contra la muerte.
2. ¿Pero puede dejarse a un lado el dolor?
Toda mi infancia se desenvolvió bajo el signo del dolor. Intenté suspender el dolor viviendo su recuerdo. Ingenuo. >>
Existen certezas inquebrantables, como que en la vida no hay etapas, ni descanso, ni se supera nunca nada, ni termina nunca la lucha contra la fatiga y la miseria, ni hay dialéctica entre la vida y la muerte. Hay solo vida o muerte. La muerte no forma parte de la vida.
Llegué con una sonrisa a Zaragoza, ya tranquilo, me esperaba C.
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