sábado, 2 de febrero de 2019

Mal de piedra (yII)

Tardé mucho tiempo en llegar a la vida, en incorporarme a ella, a pesar de llevar ya un tiempo en el mundo. Aunque todavía hoy sigo desenganchándome de su obsesivo y agobiante "estar permanentemente presente", despegándome de la adicción de muchos por quemarla y consumirla al instante, perdiéndome en esos agujeros que simulan estar fuera del tiempo, retirándome de las apariencias, derrochando posibilidades, viéndola tras el cristal, tan rápida, tan indiferente, tan bella, duele. Sentirse al margen de la vida, de las otras vidas, la vida de los otros, los tuyos, incluso, de la mía propia, tiene algo de placentero: te sumerge en la ficción de no tener que cargarla y sufrirla como tantos, hasta lo indecible. Y pienso, allí fuera no piensan, no pueden pensar, ¡no paran quietos!, todo el día arriba y abajo, ocupadísimos todos, inquietos, vibrantes, rotos, no creo que respiren, no saben lo que es respirar, ahí fuera no sienten lo de aquí abajo, se reproducen, imitan, pero no sienten. Falso y vivir. Verdad y mueres: huir, recluirte, aislarte, pensar, que es siempre hacerse daño...  es un modo de sujetarse sutil pero ferozmente a la vida a través de la autodestrucción. Punto. R. existió. Silencio, vuelve el silencio. Mal de piedra. Estoy vivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario