miércoles, 13 de junio de 2018

No siempre será esto

Estos serán, irreversiblemente, fragmentos de una vida, fragmentos de un orden perdido.

Nos reunimos todos para el cumpleaños de Licán, en una noche muy agradable, suave tiempo en la vida perra. Estamos en un bar bien iluminado para las noches sordas, para esas extrañas noches en las que la intensidad de la alegría despierta, a la vez, el miedo inusitado de su pérdida. Un ingenuo temor nacido del confort y el bienestar que conduce al implacable desengaño, a decir, "no siempre será esto".

Ya me ha pasado otras veces, vivir con esta ambivalencia.

Durante la cena, les cuento a Valeria y Santiago que estoy leyendo a Victor Klemperer, el primer volumen de su Quiero dar testimonio hasta el final. Diarios 1933-1941. Son las notas, vida y obra, de un hombre destruido. Un judío alemán que asiste, fatigado y desolado, al levantamiento de la tiranía política del tercer Reich que termina en un infecto régimen totalitario, haciendo inhabitable e inhóspito el mundo de los hombres. Ese momento en el que el amor, el placer, la alegría, el deseo, los anhelos, la salud, la inteligencia y la libertad ya no son la propia vida; y ni el sexo, el dinero, la comida y la bebida, los objetos de consumo, la lectura y la propiedad, sus compensaciones o fetiches. Sino sólo odio, y campos de muerte. Santiago comenta al respecto algo que puede verse decantándose lentamente en los diarios de Klemperer: la normalización de la tiranía. La asombrosa asimilación progresiva al terror cotidiano, a la criminalidad en la vida política, al desplome absoluto del valor y aprecio por la vida, el hecho de que, literalmente, no valga ya nada... unos zapatos, un piano, una envidia, la raza. Todo ello es fruto del apetito corporal irrefrenable de conservarse y permanecer en el ser, el instinto de supervivencia. Y siempre me hago la misma pregunta: ¿hasta que límite aguantaría antes de volarme la tapa de los sesos de un disparo?, ¿me largaría como Arendt en el mismo 33 o como Klemperer me quedaría en Alemania a merced del destino? Santiago, decidido, seguro, me sorprende, él se quedaría; y ahora me arrepiento de no haber incidido más sobre eso, espero verlo pronto y preguntárselo...

La noche avanza. Mientras, Valeria y Santiago enlazan ese derrumbe de la vida, su máxima desvalorización, en el nazismo, con la de los parias que estos días han sido rescatados en las costas españolas. Esas vidas de mierda también valen absolutamente cero, como sacos de carne hinchada flotando en el mar. Emigrantes económicos o refugiados políticos, me dicen, es un falso dilema, ambos son parias amundanos, huyen de las tiranías políticas o las teocracias que azotan el África negra y a medio Oriente, y la miseria consustancial de su sistema económico: un capitalismo salvaje sin antagonismos cuya opresión, y sus crueles, inesperados y regresivos efectos socio-políticos, abrasan el mundo entero. Y tienen toda la razón. Sea como sea, hoy también tenemos dispositivos que desvalorizan la vida hasta convertirla en comida para perros. Efecto, que también hemos normalizado y naturalizado hasta cronificarlo en las sociedades liberales de consumo como instrumento electoral, de caridad y buena conciencia, o simple desprecio e indiferencia ociosa. Tiene todo el sentido esa íntima vinculación del ayer y hoy respecto a la desvalorización. Pero falta un matiz. La distinción no meramente teórica, sino práctica, entre las tiranías tradicionales y el totalitarismo; es evidente, y seré metafórico: el Gulag y Auschwitz, como sinécdoques totalitarias del extermino masivo en todas sus formas e implicaciones, sea por los múltiples y primitivos medios tradicionales o la invención técnica de la fabricación industrial de cadáveres. De hecho, para terminar con este matiz, Hannah Arendt en su magnífico libro "Los orígenes del totalitarismo" detalla exhaustivamente estas grandes diferencias de un modo sugestivo y provocador, quede ella como síntesis de mi posición, y mi rechazo de la inexacta o falaz identificación de sistemas políticos (la noche no me dio para detallarlos, ya lo haré).

Con todo, añadiría que comparto con mis interlocutores la forma, pero no el fondo, de su vinculación: el peso y la carga del impacto de toda esa composición radical de dolor, miseria, persecución y sufrimiento de los parias en nuestros días que convierte sus vidas en basura. Cuya mera aparición en el espacio público debería llevarnos a cuestionarnos, aunque marcando diferencias, proximidades, cercanías, y distancias ¿qué hace que sean las víctimas migratorias, los refugiados, de hoy, una "repetición" de los exterminios del ayer? Tengo serias dudas sobre la exactitud y rigor de esta pregunta, pero no puedo rechazarla, algo me dice que no es del todo disparatada, aunque esté en neblina. Se podría plantear de otro modo, una igual de polémica, pero más modesta, serena: ¿Qué hace que en siglo XXI, después de los totalitarismos, sigamos manteniendo un desprecio tan absoluto por la vida extraña, ajena, con el "otro", tan denso como el que se tenía en la Europa de la I Guerra Mundial? El trauma del siglo XX, significó, al menos y en apariencia, para los intelectuales occidentales, un punto de no retorno político, estético y filosófico; un cisma que anclaba todos los demás acontecimientos y problematizaciones a su insondable profundidad e importancia traumática, como el más reciente y turbador agujero negro de la humanidad. ¿Podría pensarse que la desvalorización de la vida de los refugiados hoy, es la prueba y la demostración más vergonzosa de que la literatura que rodea al trauma es mera retórica, sofisma, palabrería? Voy a pensarlo. Esta sintomática y patologizante relación política con la vida y la muerte.   










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