domingo, 24 de septiembre de 2017

L'ou de la serp (XV); la micción

Nunca se termina de conocer a los hombres que un día nos rodearon y pensábamos terminados; ni sus necesidades explicativas, ni sus ansias de comunicación, ni sus infinitas posibilidades de sugestión, pueden agotarse. Eso podría suponer algo admirable e interesante en el terreno político si esos hombres consumidos por la carcoma moral del nacionalismo fueran capaces de distanciarse de la formalidad y virtualidad de la dominación erosionadora y el dulce acatamiento del mandato oculto de su tiempo, y sin perder la razón, construir un autónomo y autosuficiente lenguaje desde donde volcar discursivamente, al modo pausado, profundo, cálido y riguroso de las cosas serias, la singularidad de la propia vida. Vinculándose con el Mundo en su carácter puramente objetual (desligado de la monopolización despótica del solipcismo hipersubjetivista que lo asola y amordaza) como obra absoluta exterior e independiente del sujeto, esa óntica red de relaciones de contraposición y reconocimiento, penetrando hasta el corazón insoluble de lo humano.

En los últimos días, ese cauce de secreción y micción que llaman redes sociales (¡vaya audacia! cuando estas redes son el mayor instrumento ideológico de atomización política y desocialización de los individuos egoístas o sujetos de rendimiento económico) me ha deparado sorpresas de valor incalculable sobre la precariedad y frivolidad política de mi generación. Cuando estudié filosofía en la Universidad de Barcelona -prefiero no hablar de ello-, y como sucede en todos los centros institucionales de administración del saber doctrinal y dosificación del conocimiento reproducido, conocí algunas personalidades entre el alumnado que destacaban ya sea por su talento e inteligencia especulativa, ya sea por sus infinitos deseos de perfeccionar sus capacidades como arribistas, trepas, funcionarios congénitos, burócratas, mediocres funcionales, que conocen perfectamente, y no tienen rubor alguno en ejecutar brutalmente, las frívolas reglas de ascenso social y las vacuas normas de ostentación académica: grosera exhibición de la distinción competitiva de clase camparativo-emulativa. De esas gentes, aún siendo catalanistas, por pura inercia lógico conceptual, esperaba (realmente ya no espero nada de nadie), mejor, era de esperar, un posicionamiento crítico, negativo, que supusiera una resistencia estética, una subversión ética y una demolición intelectual de los rudimentarios mecanismos del nacionalismo y sus alienadoras representaciones mediáticas, civiles e institucionales. Lejos de eso, dos de los más valorados estudiantes de mi promoción, han reproducido estos días de boba ebullición la totalidad de ficciones, montajes, payasadas, sobreactuaciones, y enajenaciones de la propaganda más fatua. Sus manifestaciones en redes sociales estaban sistemáticamente sometidas al tiránico lenguaje étnico, reduccionista y maniqueo del nacionalismo: " fuerzas de ocupación", "fascistas", "botifler (traidor)", "movilización espontánea", "legalidad catalana", "defender nuestras instituciones", "democracia catalana", "pueblo pacífico y tranquilo" etc. La aceptación y reproducción insensata de su semántica no sólo implica asumir el sustrato étnico y clasista del movimiento, sino favorecer la  consolidación e impenetrabilidad de su negligente praxis: los juegos de suma cero, donde unos lo ganan todo y otros lo pierden todo, condenando a la política a su fatalidad. La obediencia al imperativo de comprometerse con la "democracia" del pueblo catalán y defenderla ante la supuesta agresión "exterior" les lleva a la autoafirmación redundante e histérica de su narcisismo, la causa del gran fracaso histórico del catalanismo político, y por lo tanto, la justificación del nacionalismo incivil. En esa trampa han caído los hombres más inteligentes de mi generación que sin la voluntad racialista de la causa que defienden, se ven motorizando sus funciones de exclusión y retroalimentando la situación de mutua provocación, hostigamiento y exuberancia de fuerza pública que tanto los constitucionalistas con el ridículo despliegue policial intimidatorio como los soberanistas con sus movilizaciones programadas (sólo un ingenuo puede creer en su espontaneidad) de patética heroicidad y ofrecimiento sacrificial ejercen en el espacio público con total desvergüenza. Aquellos que han renunciado a la que por formación es su natural tarea de distanciamiento, desprestigio y desacreditación, la voluntad crítica y la resistencia negativa, han sido absorbidos por la excesiva positividad tumultuoria: autoafirmaciones y autocomplacencias de la masificación social, en la que todos son cuerpo amorfo, un cualquiera sustituible y prescindible por una indigna causa general; donde lo cualitativo queda difuminado e integrado en un magma de indiferencia e indeterminación cuantitativo. Asistimos al desplome y desmantelamiento más impune, gratuito y sorprendente de la inteligencia; a la más viva lección de decepción y desencanto político: no somos tantos, no hay tanta gente ahí fuera con la que poder hablar y conectarse con el mundo. Estos antiguos colegas, conocidos, compañeros, serán con toda seguridad, el futuro y glorioso mandarinato cultural de Catalunya, los "promotores" (nunca mejor dicho) del futuro canon intelectual nacional-teológico. Una etapa más en la más larga e infamante historia de la integración y la asimilación política unidimensional.     

   

   

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