viernes, 23 de junio de 2017

Schrobsdorff ¡Impublicable!

Hace poco terminé el libro de Angelika Schrobsdorff, de encantador título, Tú no eres como otras madres; y lo mejor, es una vida, un amor, un dolor, de no ficción: << He olvidado muchos sucesos y a muchos hombres en el transcurso de mi vida, pero Boris ha quedado intacto en la película de mis recuerdos. Aún veo los anchos extremos de sus cejas, las tupidas pestañas, la mirada desesperada, divertida y cariñosa de sus ojos negros; oigo su voz profunda y cadenciosa, la risa lenta, el deje cuando habla alemán, el melódico "Angelina" con acento en la tercera sílaba; siento sus manos preciosas, tan dulces y discretas, hasta que un día me pegó un tortazo con toda la razón, y entonces sentí su fuerza. ¿Podré olvidar el primer beso, el primer "te quiero", la primera percepción del deseo ansioso en los ojos de un hombre, el primer descubrimiento de mi poder sobre él? Éramos inseparables, y como no teníamos otra cosa que hacer estábamos enamorados de la mañana a la noche... >>

La niña alemana de la fotografía, es la niña Angelika con su gato Paul, en1940, durante unas vacaciones de verano a orillas del Mar Negro, junto a su padre Erich, su madre Else, su hermana Bettina adherida a su apuesto novio nazi Mitso, y una sirvienta promiscua que andaba detrás de los hombres búlgaros de las playas de carnes prietas, piel tostada, y nariz como muslos de pollo. Fueron unos días bonitos, tranquilos, bajo las cosquillas de la sal marina, la costra del bienestar familiar, a pesar de que el padre venía del frente y sus ojos, hechos ascuas que se iluminaban al tocarlos, se habían roto de guerra, habían visto el terror. Realmente había conocido algo sobre la vida y la muerte que se oculta como un secreto para que el hombre, libre y feliz, siga con su confortable e inconsciente vida. ¡Esas imposturas del gusto burgués! Sin embargo, la caprichosa niña Angelika cuyo pelo rubio parecía un torbellino de polvo de maíz a pleno sol, acostumbrada a la alegría, el calor y el terciopelo humano, pronto conocería los rostros tiznados de fatalidad que deambulan por el desolado mundo y las delicadísimas cinceladas de una decadencia y devastación tempranas. Unos años más tarde, aún en el exilio y con la "revelación de la cuestión judía" que aplastaría su condición germana constitutiva de su idiosincrásica visión de la realidad, descubrió a Boris, el primer amor. El amor de una vida entre dos hogueras, la brutal muerte de Alemania y la pax comunista del hierro y el fuego soviético. Conoció a Boris en Bujovo, un pueblo búlgaro de barro, campesinos encorvados, humo de paja y polvo arcilloso donde se refugiaba con su madre de los bombardeos americanos sobre la capital, Sofía: una frenética y febril lucha para suprimir a las criaturas nazis del horizonte de la triste tierra, borrar sus caricaturas, entre otros civiles inocentes que habitaban como sombras los escombros de la humeante ciudad. Vivir, ya lo vamos sabiendo, es difícil, un sube y baja, ir y venir, entrar y salir. Más aún en tiempos de oscuridad, donde es fama que la vida se intensifica de modo genuino y único para acentuar el amor y la belleza como formas de resistencia. Ciertamente, no podía ser de otro modo, yo no lo comparto; me parece que tras la barbarie, seamos honestos, empieza un segundo campo de guerra, soterrada, invisible, íntima, psicológica, espiritual, lo que sea, pero desgarradora para todas las relaciones estrechas... que lo arrasa, lo quema, todo y termina por quebrar hasta la más leve sonrisa del ser más ingenuo tocado por la pura inocencia. Destrucción, ruina, yermo para siempre, esa luz color y olor azufre que lo impregna todo demoniacamente. La violencia muta; penetrando así en los pequeños gestos cotidianos, inofensivos, simples palabras aisladas, miradas de reproche, culpa e ira retardada hasta convertir a cada hombre concreto en una pequeña historia de resentimiento y muerte. Insoportable para los otros. Angelika era demasiado joven para eso: un amor grave, oscuro. Aunque su mundo ya no permanecía intacto, tenía 16 años cuando vivió un erotismo libre, sano, seguro y despreocupado del mundo, con un joven fascista ocho años mayor que ella, al que tenía que demostrar, con esa fiereza animal de lo desconocido, que ya no era una niña. El autismo que acompaña el amor. El volumen de sus muslos, la curva de sus caderas, la esponjosidad de la carne, la crecida de los pechos turgentes, esas tímidas y primeras redondeces, aparecieron a la par que las opiniones críticas y una mirada dura, turbadora e impenetrable impropia de su edad, que le reveló, para protegerse, el reverso siniestro de la humanidad. Tras la liberación, ocupación, comunista, y el sexo, Boris, hijo de un coronel jubilado, se marchó para siempre del poblado refugio, dejando atrás lo que para él fue, apasionadamente, un insólito coqueteo de verano; pero que al fin, vivieron ambos como una pequeña y modesta felicidad subversiva; insolente, fugaz, imborrable, pero sobre todo, impublicable! 

(el bofetón por un comentario estúpido, el poder femenino sobre su ansioso y ardiente deseo de pedofilia encarnada en la diferencia de edad...)

        



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