miércoles, 21 de diciembre de 2016

Otro rugir de la marabunta

<<Cuando los asesinos fascistas están a las puertas, no conviene azuzar al pueblo contra el gobierno débil. Pero tampoco la alianza con el poder menos brutal implica la necesidad de callar las infamias. El riesgo que la buena causa puede correr por la denuncia de la injusticia que nos protege del diablo ha sido siempre menor que la ventaja obtenida por este último cuando se le ha dejado a él la denuncia de la injusticia [...] La invocación del sol es idolatría. Sólo en la mirada del árbol secado por su fuego vive el presentimiento de la majestad del día en que ya no tenga que quemar el mundo que ilumina.>> Dice Adorno a Voltaire en una sincera carta sobre la razón, nada anacrónica.

Tras el último atentado en Berlín, un camión delirante de dios que ha dejado algún que otro charco de sangre convertido por el frío y el tiempo en una lámina de costra marrón, incrustado en el asfalto y en la retina de los ojos mediáticos, las ruedas de los aparatos electorales europeos giran con la fuerza del odio visceral inmediato del agredido y el orgullo estúpidamente patriótico dañado; como nos tienen ya fatigosamente acostumbrados. Solo que ahora, bajo las relativamente nuevas condiciones (quizá por las tóxicas circunstancias mediáticas que han roto el sustrato ético: implosión de lo políticamente correcto y su complejo sistema eufemístico, y la idolatría de la vulgaridad y la zafiedad de lo políticamente incorrecto) regresivas de la política que retornan a viejas formas primitivas del nacionalismo y la organización religiosa de la explotación económica sistemática, parece que el peligro de la instrumentalización del dolor y el miedo, únicos vínculos que garantizan el odio y el hostigamiento del otro sin límites racionales, están más vigentes, por su intensidad, que en la última década. Tras el atentado, la marabunta ha cargado con la infamia a la socialdemocracia, que por si fueran pocos sus propios errores y desintegraciones internas, un burdo enemigo exterior (aunque ella lo haya producido) amenaza con devorarla hasta el tuétano. Un fenómeno de radicalización se incuba en los viejos y cansados países modernos, y los portavoces del populismo, matarifes y charlatanes, hablan en nombre del pueblo, por, para y desde, su inquebrantable voluntad general, para degradarlo y reducirlo a la irracionalidad animal que, en comparación, demuestra la dignidad del hombre adulto, en la edad de la razón, que hoy es residual. Los orígenes y las causas me son desconocidos más allá de las inestables e inseguras analogías históricas, pero su modo de manifestarse son evidentes: la demagogia y la mentira en el orden discursivo, y la reconversión reaccionaria (racial, económica, moral, cultural etc) de todas las capas sociales, incluso las acechadas por la precariedad, cuando no por el hambre, ese lobo universal. Cuando el lenguaje se vuelve apologético, sea en defensa de la sociedad abierta o el odio al extranjero de la integridad e identidad nacional, ya está corrompido, inservible para ajustarse a la realidad, o siquiera negarla, oponerse, resistirla, en aquello que tenga de injusticia. En su esencia está el medirse con las cosas, y en su perversión el oponerse a lo humano, y a los otros. Como mera herramienta de la propaganda se vuelve idéntico a la mentira como se hacen idénticas entre sí las cosas en la oscuridad. Así, el lenguaje de la quebrada y aparentemente consumida socialdemocracia, como el lenguaje de lo denominado por la prensa como "nuevos movimientos de la ultraderecha", la sombra del fascismo, dicen, comparten la misma incapacidad para vincular lenguaje y razón, pensamiento y verdad. La equidistancia política y moral de ambas ideologías no se corresponde, de todos modos, con las diferencias radicales de su presencia estética. Ciertamente la repetición de los momentos sociales y políticos que se imponen una y otra vez en el estado de bienestar poscapitalista como lo mismo, como iguales, idénticos, y saturados, se asemejan más a una vana y mecánica letanía que una verdadera recuperación la palabra veraz, o el rescate de un lenguaje racional y emancipatorio. Sin embargo, su relevancia estética, aún, de las formas liberales y socialdemócrata que tiene de aparecer el hombre, parecen el único camino para denunciar la injusticia y la mórbida basura que ellos mismos han creado; por muy contradictorio que parezca, el sistema actual permite pequeños cambios de microcirugía política, en la que pequeñas intervenciones modifican la estructura entera y la hacen habitable. Unas hermosas y densas palabras de Adorno sintetizan lo que pretendo decir: "Bajo las alas del poder han jugado la vida y el amor; ellas han arrancado a la naturaleza hostil incluso tu felicidad". Bajo las zarpas de la bestia por venir, ni siquiera un leve rastro de dulce humanidad parece posible, el mundo precario y de zozobra de hoy, quizá sea sustituido por un erial desértico e inhabitable.

PD: La manipulación y distorsión del atentado de ayer en Berlín por ciertas distopías regresivas dan un ejemplo palmario de ello; la por venir y rescatada ausencia del rostro humano.    




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