lunes, 5 de octubre de 2015

Dietario voluble (III)






24/09/2015. Carrer de Mühlberg

Leo a Ferrer Lerín compulsivamente. Envuelve el ambiente como las voces regresivas de la radio invaden el espacio hogareño a estas horas tan taciturnas. Es temprano por la mañana; son las seis de la mañana, una hora tan literaria como deportiva. Hay libros tumbados por la mesa, casi adormecidos, anónimos papeles recelosos de su privacidad, periódicos de escasa importancia, algunos, envolviendo pajaritos muertos; superlativos grafismos apoyados en la quebradiza pared de yeso, autenticas personalidades enmarcadas, colgadas, descuidadas; café quemado en la taza templada, cigarros amontonados en la ventana, las veces de cenicero, como cadáveres. Una luz sepia que recorre la casa, seca como toda luz, que según dice C, es inextirpable y permanece sin necesidad de echar raíces como las lechugas. Moderado el clima y sobado el ambiente urbano me he levantado expresamente, coqueto como el gallo, para leer entre ese mastodóntico tumulto de trapos, nuevos y viejos, encima de mi cama; escombros del armario. El silencio ambiental acompasa el taconeo de la escritura, reposada ya tras la lectura, las manchas negras como hormiguitas, de ligeras patas, desfilan en la pantalla. Ya es tarde, no he podido, conseguido, escribir con la belleza que merece el encuentro con R. El día ha corrido como el niño corre por el pasillo y se esconde, perseguido por los fantasmas, tras la puerta sólida. Y al fin, despierto, hermético. Es festivo, y por la tarde fraterna y la noche húmeda hay compañía femenina: antagonismo de la lectura y sinónimo de vida, calor e intimidad.


Mediodía; sala de espera. Pienso en la hora de su compañía, tan viva y lúcida como esas verdades inquebrantables envueltas de evidencia e irónica certeza cartesiana. Tales como que hay un momento cuando anochece que el mar es vino, la nube cobre y la luna moneda de plata. Tan verdad como que la costa es un invento más griego que romano y la montaña un cuento medieval; un monstruo necrófago de falsa oscuridad, belleza alada y cadencia nupcial; igual que el pirenaico buitre. Que Diógenes es lo contrario a Sócrates. Que la escritura es lo contrario al sexo, incluso su lenitivo; un mal sustituto de la misma soledad. Una soledad que te enseña a ser único y rencoroso pero no a estar solo y en el olvido, como quería Cioran. Sigo leyendo a Lerín. Ya he dicho que es enfermizo leerlo, citarlo, probarlo, imitarlo, pensarlo, releerlo… Sería un acto de soberbia vanidad si digo que lo entiendo todo o que no entiendo nada; su texto es humo frágil y denso, pétreo y prieto, difícil de inhalar. Aunque su poética, ariete de guerra, pone banderillas a la mente y despierta la visión grotesca y sórdida de la realidad. Su escritura fronteriza: corpórea y onírica, paleografías y poesía de inventario alma Perse, heterodoxia Borges, que dilatando el verso lo convierte en prosa sin quebrantar línea cognitiva alguna; me acompaña junto a L:


<< FÁMULO

Vacas de vientre
hijos de tus bragas y bueyes de tus vacas
brabán
barras de jabón roídas por los lobos
la condición del finado
señala en el toque a muerto
la campana
músculos del campo
vacas
los mulos y aquellos bueyes
cantón.

Qué habrá de comer
quizá canguingos y patas de peces
la noche produce ruidos extraños
a hurtadillas mamar a las cabras
también a las vacas
la tierra vaca
niños que sorben
clandestinos
huevos de gallinero haciendo agujeritos
vocativos de afecto
galán
amante
querido
el señor Eliazar,
de Castellanos,
vende cebollas coloradas.

Bollo maimón
pan de farinato
cazador de tendencias
(no se empleaba entonces la palabra viento)
garbanzos torrados
piedra de manteca
lanzaban su relincho
mujeres relinchando
ese jirijeo grito de la fiesta
lítote
práctica que pertenece al pasado
insoportable hedor que produce desórdenes mentales
uno de los bueyes conoció la sangre
pendejo
costumbres livianas
vieron grupos de pobres
rastro de penuria
cuando lo encontraron
matrimonio invasivo
eran los ratones
royendo las orejas. >>


Poema de Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942), del libro Fámulo (Barcelona, Tusquets, 2009).


L. Juntos, ya paseamos por el monte; sin ningún parentesco con Rousseau. Monte urbano, sin metáforas o simbolismos, un monte impreciso acechado por la ciudad, atravesado por frívolas callejuelas, casas chatas y diminutas, caminos polvo sin asfaltar, carteles enloquecidos y gentes como el pijo aparte de Marsé. La altura y los miradores permiten contemplar la exacta y en ocasiones geométrica, Barcelona, su paradójica cercanía y ambigüedad para con el paseante. Se ven las maravillas de Enric Miralles, idolatrado, y los abrazos de una insegura, casta, naturaleza. No es nuestro asunto. Seguimos paseando por la ficción exótica del espíritu alemán, se citan algunos; pero inevitablemente se habla, se ríe, de sexo. Carrer de Mühlberg, lo reseguimos y agotamos hasta la arquitectura de Gaudí. Ya no deslumbra como en la infancia, es una arquitectura para la imaginación vacía, pura y sin fisuras, aún sin las hostilidades de la madurez. No hay nada como volver; volver a casa de L, y cenar en tono familiar; obsesionado con lo de siempre.     

1 comentario:

  1. 8.30 am. Miro por la ventana, llueve. A mi mente vienen versos de Juan Ramón Jiménez. También aquí llueve sobre el campo verde. Un instante más tarde; whatsapp. Es mi R, me hace sonreír, ella siempre. Se me ocurre otra idea; hoy podría... nono mejor no, que luego me pide que escriba.
    Desde el eterno Imperio L.

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