martes, 16 de junio de 2015

Nebulosas retóricas de taberna



Por todos es sabido que la diversión y el recreo lingüístico no se encuentran en el lugar que ocupa el capitán del barco, sino abajo, en la bodega. Evidentemente es una diversión cerrada, deportiva, de echarse al barro, untarse de grasa y embriagarse de vino barato y comida común. Pero en cualquier caso, salvando la suciedad,  mucho más gratificante y placentero que en el encuadramiento de toda disciplina al estilo ortográfico. Sobre todo, cuando se oyen barbaridades que de vulgares se vuelven normales, pero que al menos, pueden ser sublimadas en alcohol seco, posibilidades de gratificación sexual, no siempre óptima, o risotadas y carcajadas desenfadadas. Tal es el caso, que un domingo más, encantadoramente taciturno como todo domingo exige, en buena compañía y buena bebida, acabó en supuración de metáforas vacías, no por ello faltas de inteligencia, pero sí de realidad; aquella que paradójicamente la vida olvida siempre que pretende ser narrada. Distintos temas fueron despachados con la alegría y velocidad con que despachábamos las copas, descartados como quien descarta los nombres imposibles de los menús, y discutidos con la vehemencia de la masculinidad que el barril despierta. Se trató, finalmente, aquello inevitable e irreductible de mi cerril y obstinado carácter: el nacionalismo; y tantos otros confetis políticos implícitos en él.   

El halo carroñero que pretendo siempre que hablo o escribo, me obligó una vez más, a preguntar a mi bellísima y no menos inteligente interlocutora, por su simpatía, más estéticamente sentimental que política, por el nacionalismo. Pues, sin ser ella nacionalista ni pujolista (independentista), su cercanía biográfica es evidente. Su respuesta se transformó, tras un ejercicio de prestidigitación  dialéctica, en una pregunta insidiosamente directa: " ¿qué hay de malo en ser nacionalista?". Dicho así parece que nada; así que me limitaré no al núcleo doctrinal de la religión cuyo dios es la nación, sino a los ejercicios y actos concretos del nacionalismo catalán. Su principal característica es la invención y creación de grandes  mentiras políticas: inventan y sacralizan una identidad prescriptiva de lo propio, temen toda desnaturalización de lo propio. Inventan una forma concreta de hablar la lengua, y aseguran que la diversidad lingüística es un derecho y no un hecho, que su lengua tiene derechos mucho más sólidos que los individuos y que su habla les proporciona una manera de ser genuina. Inventan sujetos políticos al margen de la ley y la constitución, sujetos políticos con legitimidades históricas y étnicas mucho más fuertes que la legitimidad de la ley; única forma de presente político. Inventan un enemigo exterior opresor, un enemigo imperialista según la lógica chavista, un enemigo nacional que ataca, ofende, traumatiza y agrede con hostilidades diversas, la "dignidad" del pueblo catalán. La única forma de atacar en una socialdemocracia administrativa, es a través de leyes, decretos o tribunales ¿quién puede encontrar una sola ley, en democracia, anti-catalana? Pero no sólo la mentira a sido su instrumento doctrinal: configurar un régimen del victimismo y de diván; un régimen donde las condiciones informativas o mediáticas no son democráticas, es un síntoma más que categorial de la profunda ruina no solo moral y política, sino intelectual del nacionalismo. 


Esto es lo que debí haber contestado. Me limité a cargar contra el racismo de las CUP, algo evidente en sus declaraciones públicas y programa de máximos nacionales. Pero lo más preocupante, no son ni siquiera su ignorancia o desprecio por la verdad, o la falta de racionalidad y exceso de entusiasmo en sus acciones, sino la profunda inmoralidad de pedir la excarcelación de Otegi en el parlament. Simplemente un terrorista que no tiene nada que decir. Como pude comprobar, ni siquiera el distraído ambiente de taberna es capaz de rebajar los efectos narcóticos del nacionalismo; más al contrario, los legitima y exalta, es su medio habitual. Acostumbrados sus miembros (miembras según las nuevas políticas de género) y militantes a las bodegas: a la  gratuidad, la diversión, la falta de medida y mesura en las palabras, la siempre segura irresponsabilidad de lo privado. No recaen que en el parlamento o en lo público, uno debe aparecer de una forma presentable, decente y digna ante el mundo; uno debe ajustar sus metáforas, pulir sus palabras, y retener sus sentimientos por muy primitivos que sean. Pues, como muy bien dice Arcadi (Pensar qué ponerse):" existe una identidad de fondo y forma entre las ideas populistas (nacionalistas e inmorales, añadiría yo) y el ropaje de los que la profesan"

Conclusión: vayan a las tabernas, liguen, emborrachen sus neuronas, empachen su estómago, sodomicen la mente del interlocutor, disfruten... Pero por favor, no extraigan de ellas ninguna idea política para el espacio discursivo público...











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