domingo, 26 de octubre de 2014

La desublimación del sesgo femenino






Algo se impone irremediablemente injusto, en la apreciación de la "mujer fatal" como una excepcionalidad de la gran pantalla, como un icono intangible y meteórico del cine negro; que se da tras los lavaderos y cocinas de las vidas domesticas, tras el silbido de la tetera, el burbujeo del caldo de poyo, o tras la satina impregnada de polvo de la siempre vieja, nueva cotidianidad. Un escondite en el que la mujer es la representación de su verdadera naturaleza desatada y salvaje, armada y dispuesta, confinada en un traje ceñido de tacto masculino, bañada en Bourbone y Malboro. Cómo si fuera una vergüenza humanizada escondida tras la imagen de las siempre publicitadas chapas familiares americanas, en las que se trasfigura la vulgaridad de la vida media, en una fotografía familiar a punto de caramelo. La indeterminabilidad del cambio concreto del sesgo de la feminidad, constituye una máxima invisible para aquellos cuya tarea consiste en la insoldable aventura de la recopilación y administración de figuras culturales como verdades de razón; maduros coleccionistas de lo infantil. Encontrar la feminidad como la seguridad del goce, como el espacio de la palabra libidinal o el parlamento de los sentidos, son privilegios no democratizados; asegurados de manera autocomplaciente en la conciencia colectiva que sobrevuela las frías cabezas de los grises paseantes de una ciudad; convertidas hoy en burdeles de Estado. Pero que no obedece más que a una ficción estrellada de la mórbida amalgama de cuerpos en construcción y reparación, ensimismadas en el propio reflejo de la imaginación abnegada. Relacionar con conformidad y normalidad a la mujer, con la dualidad placer - muerte o agresividad - goce, emulando los postulados teóricos del psicoanálisis, nos convierte en atávicos proxenetas, leviatanes y guardianes de una sexualidad exótica y recluida en la  burda debilidad y fragilidad de la feminidad cinematográfica atacada por la cultura real.

La culpa no es del siempre inocente cine, del siempre espejo anticipador de los anhelos futuros, o cajón de sastre de las futuras joyas embrutecidas por nuestra obcecada glorificación; sino del  acartonado conducto de nuestros deseos y perversiones ético-estéticas. Prácticas irrealizables por los cobardes y encasillados "urbanistas del espíritu", que ante el miedo a la sobria educación de la impermeable realidad, las ven como un impacto corporal en cal viva, cuyos restos se asimilan a raspas de pescado. Dichos "urbanistas" se agrupan en anónimas asociaciones de identificación colectiva, sindicalistas del goce atenazados ya por la realidad, pero masoquistas de la ilusión; ven  sus únicas posibilidades de éxito erótico, en los auto-dolientes rostros de angelical dulzura y tonta candidez de lo casero. Mostrando la mentalidad patológica de la "suciedad femenina", oculta tras pastelillos de nata, vestidos de seda, clases de latín, pianos de cola y lienzos de bucólicas pinturasSi en Adorno, el desairado y desdeñado ve una justicia universal en el amor (del que nada sabe ni puede saber, y que le es vetado) que le pertenece como obligación o derecho a la instrucción amatoria; los hombres medios de la socialdemocracia progresista creen en el republicanismo del goce, la sexualización de lo público. Mientras ocultan la pacateria sacro-santa de lo privado, la exclusividad del fetichismo de la propiedad, representado en una "dialéctica de lo escatológico". En que el carácter sexual explícito de la mujer es un correlato inscrito en la escatología de su propia psicología; pudiendo mostrar en el escaparate y el supermercado de la "provocación", en lo público, su cuerpo sugerente de brutalidad y placer, pero sólo lo humano, cálido y escabroso a la par, en lo privado.

La libre circulación pues, de la "mujer fatal" como una iconografía viviente y sintiente sólo en los almacenes, como fantasmagoría de las sombras de nuestros sueños, que diversos grupos "feministas" (inconscientemente) y "machistas" (conscientemente) pretenden rescatar de distintas formas; introduce una nueva (ya vieja) función de normativización y regulación de las relaciones humanas instintivas. Una falsa encarnación moderna de lo femenino como "belleza eterna" "amantes eternas" de los hombres, pero libres de yugo. Misoginia rampante, legal y legítima, que es usada tanto por unos como por otros, para el simple mantenimiento de sus odios irracionales tras la protección de la capa de producción cultural, de la educación estética heredada, y el derecho a la libre instrucción y pedagogía de lo sensual-sexual. Dicha caracterización de lo femenino en la mujer en ciertos guetos de la modernidad, tanto en hombres como en mujeres, no solo corresponde a un pasajero fragmento contextual, sino a una aberración de cualquier pretensión de sistematización filosófica. Más al contrario, se juega con la trampa y el cinismo de la propia disciplina, con su productividad y su edición limitada, casi de coleccionista; su rigidez y plasticidad, su volubilidad y sustancia permanente, que enjuaga y abastece un amplio campo de fobias y perfidias, prejuicios y manías socio-culturales que nada tiene que ver con la distancia crítica de seguridad reflexiva. No hay pues, mayor pornografía de lo femenino, que la des-situación de las formas estéticas y las practicas empíricas ocultadas tras el manto de la legitimidad cultural.






























No hay comentarios:

Publicar un comentario