lunes, 19 de agosto de 2013

Londres, realidad de realidades (II)



Tras una primera consideración estética ( política) de Londres, en esta segunda entrada me centraré en un examen ético de los acontecimientos, hechos y sucesos que se brindan en su sociedad heterogénea, plural, diversa y fugaz, puesto que el cosmopolitismo, el multiculturalismo y la globalización son los tres ejes que definen y hacen de manera oficiosa, conocida esta ciudad cuna del utilitarismo y pragmatismo ético.

Existe una confusión conceptual y valorativa en esas tres grandes ideas que definen la ciudad. Distinguiría entre el multiculturalismo aceptado y declarado por lo oficial, y  la multiculturalidad.  Este último es el hecho de la existencia de distintas culturas en un mismo espacio o territorio geográfico, es un hecho irresistible del que no cabe duda alguna, es una descripción objetiva. Otra cosa es el multiculturalismo, que es la tesis normativa acerca de cómo deben relacionarse y vincularse estas culturas entre sí, de cómo deben coexistir e interactuar. El multiculturalismo presupone la tolerancia, el respeto y aceptación de todas las prácticas culturales, por el mero hecho de ser culturales, es decir aceptamos todas las culturas por una cuestión axiomática de aceptar lo cultural como bueno, por el mero hecho de pertenecer a una cultura.

Esta aceptación se produce por el miedo a la acusación de represión occidental, colonialista e imperialista. Acusaciones que suenan anacrónicas y arcaicas respecto a la ética mínima que se plantea que todas las culturas, religiones y pueblos inmigrantes deben cumplir en unas sociedades ilustradas y maduras. El hecho de aceptar cualquier tipo de relación y vinculación, intercambio cultural, en aras de una falsa tolerancia y respeto, elimina la idea y posibilidad de una ética mínima, que pretende ser universal y totalizadora. El relativismo y perspectivismo, la sumisión y subordinación en la gratuidad y lo inaceptable de las propuestas políticas que plantean los gobiernos multiculturalistas, en un acto de "cinismo progresista" o "progresismo de salón", conduce a ver por las calles de Londres, una cantidad ingente de momias andantes, de mujeres encarceladas en prisiones de tela. Burkas y velos que deshumanizan, des-individualizan y eliminan cualquier tipo de singularidad o particularidad identitaria, cualquier tipo de libertad constitutiva queda suprimida y difuminada en el deambular petrificador y torturador de sus "prisiones de tela", su visión es la misma que la de un caballo, puesto que se las conduce y dirige de la misma manera.

Su visibilidad y relevancia pública es inexistente por imposibilidad y obligación, no por voluntad o elección, no pueden participar en el espacio público de aparición, se mueven en el silencio y oscuridad, yacen bajo las sombras totalitarias de sus maridos o guardianes. Pasean bajo el umbral de falsa libertad de los países occidentales y civilizados, prisioneras aún de sus culturas represoras, bajo la atenta e hipócrita mirada de todos aquellos "ciudadanos" multiculturalistas, que ven como un elemento de progreso el revitalizar los derechos religiosos, culturales y nacionales de pueblos poco éticos, y anular los derechos individuales. En este caso el de las mujeres, no hablemos ya, de los hombres mal llamados "homosexuales", "lesbianas", "transexuales" etc.

Los ciudadanos londinenses, y esto se extrapola a todos aquellos que tiene y cumplen el mismo perfil de "ciudad occidental", disfrutan de unos derechos, que ven legítimo y justo eliminar en otras culturas, por puro formalismo y postura, por puro perfil y apariencia, por una actitud mezquina de egoísmo e intereses nacionales. La ética intenta trazar, unas normas, reglas y máximas inquebrantables, no en nombre de la singularidad cultural o teniendo en cuneta lo particular de cada cual, sino respecto a la racionalidad y el  sentido común, a lo bueno universal y lo genéricamente bueno en tanto que seres humanos, y no en tanto que seres pertenecientes a esta o aquella cultura o pueblo. El nacionalismo y la religión, actúan como Mito religioso e irracional, pura visceralidad y acción hormonal, nada neuronal o cerebral, de los que se derivan imperativos inadmisible en lo público o político, tanto para el colectivo o para una minoría.

Así pues, los únicos argumentos aceptables sobre lo bueno o la malo, lo correcto o lo incorrecto en el espacio público e incluso en la vida privada y la intimidad de cada cual, deben ser argumentos éticos racionales, independientes de cualquier particularidad, determinación o circunstancia cultural, social, estructural o nacional. Una reflexión ética desde la libertad, la autonomía y la racionalidad, que determine lo que uno debe o no debe hacer. El burka y el velo deben ser eliminados en el espacio público, porque no respetan la libertad y derechos individuales, por su simbolismo represor, por lo que representan en tanto que anulación del sujeto político y "personal", en tanto que secuestra su identidad y convierte en "esclavas de papel" a un colectivo por ser de un género determinado. Por ser de un género que es un constructo social, una edificación cultural que precisamente el género dominante, histórica y físicamente, ha impuesto al más débil,  a partir de mecanismo y tecnologías de producción de la subjetividad y la verdad, como son aparatos religiosos o discursos culturales performativos.

Los otros dos conceptos ambiguos, vagos y difusos, también recaen en un error, la globalización es un hecho, bueno o malo, en el que toda la mundialidad esta sumida. No es un hecho distintivo de la ciudad. Por otro lado el cosmopolitismo se opondría al proteccionismo y patriotismo, del que los británicos hacen gala en su sistema productivo, financiero y exportador. Protegen sus productos y mercancías,establecen un sistema de doble moneda para diferenciarse del resto de los ciudadanos de la Unión Europea, favorecerse de sus virtudes y alejarse de sus problemas sin estar del todo implicados en ellos jamás. Procuran así una estabilidad y prosperidad mercantil y tributaria de las más envidiadas en la eurozona.

El cosmopolitismo que ellos proclaman, es una fachada, una apariencia, una imagen ilusoria de atractivo turístico y definición de etiqueta, que no corresponde a su sentimiento patriótico, ni a los resultados de su política exterior, que intenta constituir su nación como el eje independiente, la alteridad y "lo otro" esencial, en Europa. Vemos pues como Londres, es ejemplo, ya sea por su magnitud económica e industrial, como por su grandeza estética vanguardista, de la tesis aquí ya largamente sostenidas, de la realidad de realidades fenoménicas.



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