martes, 15 de mayo de 2018

Nihil Obstat (II)

El mundo está perdido y... ¿yo no puedo estarlo?

  • Todavía con la escarcha en la cabeza tras la última llamada. El tiempo sólo ha producido grietas, unas grietas que podrían ser las grietas del mundo. Me cuesta escribir, porque conozco la impotencia que lo envuelve, porque sé cómo mira el otro, conozco perfectamente su pérfida construcción de sentido y su frío reduccionismo, que en ocasiones también es el mío. La insana necesidad de reconstruir un (el) sentido tanto en la vida personal como en el mundo político, ante su sorprendente y perdurable descomposición, para simplemente cambiar las antiguas y combativas direcciones del vector de sentido y redirigirlo hacía otros espacios libres y vacíos, impunes, vírgenes, donde poder construir a capricho un enemigo íntimo o político que defina y consolide el gran malestar que nos atraviesa y sus difíciles pero posibles soluciones, me parece la mayoría de las veces, y comprendiendo su inexorabilidad en las condiciones actuales de servidumbre económica y tutelaje político, una tarea estéril. En ocasiones ya ni hablo, para no dotar de un falso y prometedor sentido a mis palabras y mi (in)acción que implicarían, de ser vistas y oídas, un horizonte de expectativas emancipadoras que es difícil siquiera de imaginar. Debo seguir pensando sobre este malestar que me atraviesa, que nos atormenta y que no encuentra sosiego ni descanso; pero es tan difícil e injusto permanecer callado, callado ante el que necesita oír y despertar, pero que no entiende, ni puede ni quiere entender.

  •  "Cómo vivir a pesar de que se te rompa la vida", ese era el tema, en definitiva, sobre el que hablábamos. Lo dijo claro aunque equivocado: tú pudiste elegir esta vida de encierro, pensamiento y lectura "gracias a" tus circunstancias. Y no sabe lo mucho que se equivoca: elegí esta vida, no gracias a..., sino "a pesar" de mis circunstancias. Ningún moralista de la izquierda ortodoxa tolera mi postura, de hecho alguno muestra su rechazo con hostigamientos indignos, porque no entienden algo fundamental de nuestra época de "movilización global" (S.L. Petit): en los periodos de crecimiento económico de la España de los 80, 90, y principios de la del XXI, quizá el trabajo aún significaba, a modo de fetiche y espejismo, un modo de liberación (jamás de emancipación; uno puede liberarse de la miseria y la indigencia pero no estar emancipado ni intelectual ni políticamente, sino, por el contrario, totalmente alienado...) de la pobreza y un medio para satisfacer las necesidades, pero en los períodos de depresión económica como la actual, en estable y duradera tormenta convertida en sucia normalidad, el trabajo no es esa autocomplaciente liberación sino un castigo y condena, ya que ni siquiera consigue liberar totalmente de la necesidad material, por el contrario, nos clava y nos inaugura, nos funda, como seres precarios, sujetos de rendimiento y gratitud cuando se tiene trabajo, despojos de culpabilización y vergüenza cuando no se tiene, y empieza algo peor que tener trabajo: tener que buscarlo. Paro y ocupación, igual que el tiempo libre, el ocio, y el tiempo de trabajo, no son términos antitéticos sino una constelación socio-económica, reclusiva, de domesticación y gratificación; piezas bien engranadas de la misma máquina. La inquietante mirada de mis amigos pequeñoburgueses y la de los sofisticados socialistas ortodoxos que aún pueden mantener su moralismo gracias a extintas profesiones liberales suficientemente remuneradas que permitieron su desclasamiento, confunden el "gracias a", con el "a pesar de", y la liberación económica, y las posibles vías de (ilusiones de) emancipación, con las nuevas cadenas represivas de la movilización global y la totalización económica del mundo y vida.      



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