domingo, 17 de septiembre de 2017

L'ou de la serp (XIV) El andrajoso espantapájaros

(Tras las vacaciones -eufemísticamente hablando-, escribo. Vuelvo a escribir en la supuesta época decisiva de los hombres milenarios, habitantes de una sola tierra y un solo desolado cielo iluminado por las gotas de la aurora irredenta de la identidad; lo siempre igual.)

Días de entero blanco absoluto han precedido mi silencio étnico; algo inevitable y necesario para la limpieza de mis tuberías emocionales, mis cimientos personales. Eso, ya me gustaría, no ha evitado el monomaníaco proceder desquiciante del nacionalismo y su reguero febril de ignominia. De todos los nacionalismos. Se disfracen o no con los acadabrantes ropajes constitucionales de un atroz patriotismo nacional-católico belicista cuya irresponsabilidad represiva convierte la ley, o sea, la violencia constrictiva del orden, en un instrumento ideológico de pedagogía moral; algo que excede de modo degradante el latente hostigamiento, chantaje y amenaza constante que el ya zozobrante y fatigoso Derecho  (estructuralmente constituido por las relaciones escatológicas de intercambio que fagocitando explosionan la moral y la culpa: relaciones administrativas, conmutativas, conmensurables, equitativas, punitivo expiatorias y moral contables) impone sobre la conciencia y el cuerpo de los gentiles. Pero hoy venía aquí a desenredar un entuerto menor, sí, venía a advertir de algo oculto bajo una opaca y asfixiante neblina; se oye, ya con muy sobadas y escacharrantes palabras, que el independentismo no está hermanado con el nacionalismo, liberando así a la bestia racial de su leyenda negra, de su histriónico pasado de mesianismo redentor, y su mítica representación sombría y tenebrosa. Aunque, claro, aceptan que algún nacionalista residual (esa raza sustituida por la cultura y la lengua pero que mantiene las  mismas funciones de identidad étnica colectiva y excluyente), pero no el nacionalismo, habite, se alimente, parasite, orbite, incube, germine, crezca, entre las inocentes y neutrales filas de las entusiastas sonrisas separatistas, embrión entre embriones. Pero, aún siendo chuleantemente cierto tal andrajoso espantapájaros político, sucede lo mismo que con cualquier otra infección e intoxicación ficcional: la parte portadora del ébola moral contagia la enfermedad al todo unitario; una manzana podrida coloniza con su podredumbre liberada el dorado cesto de mimbre y reposo. Al igual que si en los escritos no ficcionales, memorialísticos o ensayísticos (recuerdo haberlo leído en Ferlosio), se añade un sólo gramo de ficción, muta el género indefectiblemente y fatalmente en novela, en opulentos aparatos ficcionales de sentido; así, los movimientos políticos emancipatorios y soberanistas si son tocados por la leprosa y tumefacta mano del nacionalismo (entre otras rumbosas malignidades teológicas rampantes y sonantes del crudo mundo) se degradan terriblemente en movimientos represivos de dominación, verdaderas obras de Idiotética sacrificial: la vieja construcción del necio o estulto cuya condición sacrificial o tributaria sirve para engrasar los mecanismos opresivos y consolidadores del Poder; carnaza alimenticia para el sádico. Si el espíritu del pueblo se cala en los huesos de este movimiento político (los atávicos demonios de Cataluña, y España), los huevos de la serpiente tarde o temprano se deshuevarán y liberaran sus fétidos vapores viperinos, esa sonrojante mezcla de nenúfares y pescado podrido.

     

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