L'ou de la serp (IV)
Martes, 2 de mayo de 2017, al llegar a casa del mundo real, un entrar y salir sin fin, me conecto con el mundo digital: otro huevo de serpiente; pequeño, contenido, simpático. Los estragos del nacionalismo en la vida cotidiana suelen ser sutiles y discretos, incluso, aceptables por su dulzor (el sirope cívico) e ingenuidad ¡Oh, yo, con mi delicado estómago!, y lo digiero todo. Este tipo de nacionalismo que se filtra como el frío entre los fragmentos de una vida, tiene el mismo carácter irritante y sospechoso del pequeño ruido en un espacio de silencio: el estridente crujir del envoltorio de caramelo en una oscura sala de cine momentos antes de empezar la película. El ruido no molesta en una bolera, en una discoteca, en un cuadrilátero de boxeo, pues allí el hombre, fuerza y sudor, se asimila, se hace ambiente, es simple contexto, se convierte él mismo en parte del ruido, es una transformación interior de mímesis con lo externo. Yo no vivo en la bolera, nacional, vivo en silencio y a cara de perro.
Unos viejos amigos de la adolescencia colgaron una antigua foto de la época, no tan lejana, en la que se me veía delgado, lechón, y cabezón. Ahora soy un hombre gordo, convexo, confortable, y aprovecho toda ocasión para ironizar sobre ello y devolver al lenguaje su función de preciso y exacto encaje con la realidad, para suprimir la saga de impublicables, tabús, prohibiciones, sandeces, que la tumefacta corrección política impone. Comenté la foto... y respondió...
Pero no es cierto, antes no leía a Pla, no pensaba, no hablaba, no vivía; y hoy, conforma uno de los andamios más sólidos de mi felicidad discursiva, y la de los míos...
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