Estoy en La vida lenta. Notes per a tres diaris (1956, 1957, 1964), de Josep Pla, me gustaría comentarlo pero no puedo. Como para todas las cosas buenas de la vida, llego tarde. Alguien ha escrito mucho, y mucho mejor que yo, sobre lo que hay en estos particulares materiales planianos. Arcadi Espada, talentísimo escritor, veterano, y molesto. Negativos de fotografía de una vida literaria, listas, registros de comida, cama, alcohol, tiempo, insomnio, madrugadas, fuego, amigos, conversaciones, libros y cartas de mujeres, todos sus apuntes rutinarios, mecánicos, automáticos, lentos como el interno movimiento de la vida cotidiana, que por miedo, o, oh no, por insensibilidad, nadie transcribe en palabras y letras pesadas y redondas, son el objeto de estos comentarios estéticos. También es posible la indiferencia hacia los temas menores que los gordos besugos hervidos, estoy tan avezado en eso, profesan por todo aquello situado en el estante inferior de las ideas inmutables; no será nuestro caso. Los comentarios de Arcadi son perfectos cortes de bisturí en la vida diaria del gran escritor catalán; revelan ese seísmo emocional que la tranquilidad de los hechos cotidianos ocultan. Pla, grafómano, fatigado, viejo ya, siempre tiene frío, es una memoria vivísima del siglo XX europeo, a pesar de sus tristes y desgarradoras ausencias: la guerra civil española y la segunda Guerra Mundial, especialmente los campos de exterminio nazis. Quizá porque perdió un amor de su triple A. ahí, en esas fábricas de cadáveres, esas industrias de la oscuridad. A parte de eso, lo escribió todo, pero todo es todo lo que se reencuentra con el tiempo del hombre, de las orejas, los ojos y las manos de la gente hasta la desolación de los cielos. Sin más, doy paso al inicio del libro Notas para una biografía de Josep Pla, que he encontrado en la prensa:
<< 1964
1 de enero
Josep
Pla tiene 67 años. Vive solo en una vieja masía de Llofriu, en el norte de
Cataluña, cerca de la frontera con Francia. Su ocupación principal es la
escritura. Lleva un diario. "No me he levantado en todo el día. Es una
manera plausible de empezar el año. Ha hecho un día de poca visibilidad,
neblinoso, más bien frío", anota. Luego añade que la censura ha prohibido la
publicación de su último artículo.
Un
hecho frecuente. La dictadura de Franco ha cumplido 25 años y la libertad de
expresión continúa en precario. El artículo censurado debía haberse publicado
en la revista Destino, fundada por Josep Vergés en plena guerra
civil española y donde Pla colabora desde septiembre de 1939. La revista nació
vinculada a los vencedores, pero pronto tomó algunas distancias con ellos.
Durante la II Guerra Mundial, en especial a partir del hundimiento del ejército
alemán en la Unión Soviética, apoyó a los aliados y su actitud política y
cultural se ha ido inclinando hacia un suave liberalismo no siempre tolerado
por las autoridades. Pla escribe allí en castellano. Una lengua que domina y
que ha utilizado literariamente, pero que no es la que prefiere para
expresarse. El diario y la mayoría de libros los escribe en catalán. En la
prensa se ve obligado al castellano: las dificultades en el uso del catalán son
innumerables y las publicaciones escritas en esta lengua son escasas y
minoritarias. Gran parte de su vida de escritor ha sido un duro y trabajoso
enfrentamiento con la censura. Sufrió la del dictador Primo de Rivera, y un
artículo publicado bajo el Directorio le valió el destierro. Sufrió la censura
en Italia y Alemania, adonde fue a informar sobre el ascenso del fascismo.
Sufrió la intimidación de la República. Y ahora sufre la censura de Franco. En
su dietario Notas para Sílvia, que publicará dentro de unos
años, escribe que la incansable censura de Franco es la peor que ha conocido:
"A pesar de lo mucho que está durando, jamás he conseguido adaptarme a
ella. Habría podido dejar de escribir, claro. Habría sido lo más decente. Pero,
de haberlo hecho, ¿de qué habría vivido? La censura me produce un
descorazonamiento constante. Cojo la pluma para decir algo que me parece
sensato y justo, pienso en la censura y se me cae el alma a los pies. Al pensar
en sus reacciones, me quedo postrado e inerte. Pero lo que se pretende con la
censura es esto, precisamente: descorazonar, inmovilizar, destruir. Es una
situación que sólo pide fanáticos -pero fanáticos pagados-, es decir,
funcionarios del fanatismo".
El
cielo bajo y frío lo pone de mal humor. Quizá contribuya también el ritual de
la fiesta, el Año Nuevo: sólo sus ecos alcanzan a los hombres solitarios.
"La obsesión de marchar, persistente", anota. La carretera que une
Llofriu con el pueblo grande de Palafrugell pasa cerca de donde vive. Pero la
casa, amplia y profunda, y rodeada de campos de cultivo, facilita el
aislamiento. Hay árboles solemnes: hileras de cipreses en el camino de entrada
y soberbios castaños de Indias, los marroniers que el
escritor, a la vuelta de su primer viaje a París, pidió a su padre que plantase
en la era.
Pla
se instaló en la masía después de la Guerra Civil, aunque en los años cuarenta
pasó alguna temporada junto al mar, en pensiones y casas alquiladas de Cadaqués
y L'Escala. La vuelta a Llofriu, y a la casa, cerró una época de viajes y su
dedicación cotidiana al periodismo informativo. Durante los años veinte y
treinta vivió fundamentalmente en París, Berlín, Barcelona y Madrid, aunque su
oficio le llevó por la mayoría de las grandes ciudades del continente.
"Quise saber algo de Europa: lo conseguí": así pensaba sobre su
juventud. Cuando acabó la guerra tenía poco más de cuarenta años: había
encarado el fascismo, el nazismo, el comunismo, la república española y la
Guerra Civil. Había escrito sobre todo ello a uña de caballo. La masía de
Llofriu se convirtió en el símbolo del retorno al origen. Y su operación
literaria, en un trabajo inequívocamente proustiano. En la cama o al calor de
los leños, los dos lugares donde acostumbraba a escribir, Pla decidió someter
su pasado a una revisión constante. A veces, el pasado estaba escrito en sus
crónicas periodísticas o en los libros que publicó antes de la guerra. La
escritura era entonces reescritura. Tal vez en el fondo de esa operación
hubiese la confianza, y el miedo, de que el tiempo perdido acabara siendo el
tiempo recobrado. Pla empezó a leer a Proust por la influencia de la peña del
Ateneo barcelonés, y de su mantenedor principal, el rentista Joaquim
Borralleras, que señoreó la Barcelona intelectual en las primeras décadas del
siglo. El tiempo recobrado es el título del último libro de la
Recherche. Habrá una nota en la vejez planiana sobre este libro: "... el
efecto que siempre me ha producido el último volumen de la novela de Proust
-cuando el novelista halla y describe en un salón a los amigos de la juventud,
a quienes encuentra envejecidos, extraños, monstruosos, irrisorios, horribles-.
Impresionante, inolvidable libro -el más aturdidor de toda la novela".
4 de enero
El
día amanece soleado. Las incidencias meteorológicas y los modos y la fortuna de
la comida no faltan nunca en el diario. Paul Léautaud, al que Pla leerá en sus
últimos años, anotaba con frecuencia en su Journal Littéraire las
cifras de su tensión sanguínea. Es probable que los diarios deban incluir estos
monótonos rituales. Hoy inicia otro rito. Tan obsesivo como el paso del tiempo.
"Carta de A. Poco afecto". Cuatro días después: "Acabo una carta
a A.". El 10 de enero: "A. obsesión de siempre". El 12: "A
veces con A. no sé si dejarlo correr y no escribir más o continuar a pesar de
su simple y puro egoísmo". Dos días después: "A. Obsesión
intermitente. La preocupación me da más insomnio". El 20 de enero
escribirá, con desaliento: "Nada de A.".
Esta
correspondencia parece anterior a la propia existencia del diario. Si no fuera
así, no hablaría de liquidarla en esos términos fatigados. Cuarenta años
después de ser escritas seguirá sin conocerse públicamente el contenido de
estas cartas. Ni siquiera si fueron destruidas. Y si lo fueron, por quién.
Incluso habrá de pasar mucho tiempo para tener la primera noticia biográfica de
A.
Ella
es Aurora Perea Mené y tiene 55 años. Escribe desde la ciudad de Buenos Aires,
desde una casa en la calle de la Independencia llena de plantas y pájaros
sueltos. Hay tantos pájaros que es difícil ver a la mujer sin alguno de ellos
sobre sus hombros. El suelo está cubierto de papel de periódico para facilitar
la recogida de las deposiciones. Animales. Aurora vive allí con su marido,
Pedro Carnicero Garcés, un jubilado de baja estatura y físico extravagante que
ha cumplido los 75 años. Los dos viven con gran modestia. Al borde de la
miseria, probablemente.
6 de enero
Los
días y las noches del invierno. El escritor lleva ahora una vida monótona,
sometido a un letargo parecido al de los campos. En la desolación, el recuerdo
de Aurora crece. Pla va trazando cruces en los días. El correo que espera y no
llega. Las cartas de la mujer son mucho menos frecuentes de lo que él necesita.
Cuando recibe alguna, anota un juicio sucinto. Suele ser desalentado. Pero
siempre le sucede una respuesta rápida. Pla duerme buena parte del día, en la
plena excentricidad horaria. Lee, escribe, dormita. Algunas noches se arrastra.
No parece que sueñe nunca. Al amanecer tiene la costumbre de beber un vaso de
leche. Y, si es tiempo, come unas uvas. Antes de volverse a la cama anota el
saldo. "No he dormido un solo momento en toda la noche. Taquicardia,
fatiga del corazón, erotismo". Erotismo es, en apariencia, una palabra
vaga. Pero es raro que en la semántica planiana una palabra no designe algo
preciso. Tal vez sea la masturbación. Tal vez algo menos ambicioso para un
hombre ya viejo: la erección complicada, gozosa, irresuelta, que acaba en
dolor. Tal vez sólo materiales del pasado que planean ingrávidos por su cabeza
y que se funden cuando la memoria alcanza una temperatura demasiado alta. La
vida de un viejo colgando todavía del sexo.
8 de enero
Su
madre no está bien de salud. Maria Casadevall tiene ya 88 años. Vive en
Barcelona. A ojos de su hijo, los años la han secado y la han oscurecido. Pero
la energía y autoridad con las que dispuso de su vida aún le permiten resistir.
Maria fue la hija de un herrero con forja abierta en el pueblo de Palafrugell y
heredó parte de la considerable fortuna de un hermanastro indiano. Este dinero
sostuvo a la familia y ni siquiera los ruinosos proyectos de expansión rural de
su marido, Antoni Pla, fueron capaces de agotarla por completo. El escritor
reconoce dos deudas fundamentales con su madre: lo alumbró en plena y
exuberante juventud, dándole buena madera, y educó su boca. Durante toda su
vida, Maria Casadevall cocinó poniendo de todo, aunque en cantidades discretas.
Era su máxima. El hijo recuerda su sopa de puntas de espárragos o la que hacía,
finísima, con pescado. Esta cocina fue el lado más cálido de una educación
familiar que recurrió siempre a una fría distancia como fórmula de obediencia:
"Esta obediencia se conseguía, en el caso de mi familia, no utilizando una
u otra forma de método contundente, sino creando, entre padres e hijos, una
sensación de distancia. Era lo que se hacía entonces en el país -no había otro
método- en caso de no utilizar el palo".
El
padre lleva bastante tiempo muerto. Su vida discurrió entre las dos frases
comunes que, con el intervalo de unos veinte años, le oyó pronunciar su hijo.
"En este país está todo por hacer". Y luego: "En este país no
hay nada que hacer". En el intervalo quedaron un ambicioso proyecto
agrícola, buena parte de la fortuna familiar y las naturales ilusiones que
había depositado en sí mismo. Acabado el periodo de la acción, Antoni Pla
volvió al café y a la monotonía. Su hijo creía que de no haber salido de allí,
su fortuna y su felicidad se habrían doblado.
22 de enero
El
editor se presenta en la casa. "A las cuatro llega Josep Vergés. Larga
conversación. Hacemos un contrato por las Obras completas. Me da un
talón de 100. Le doy El cuaderno gris y -para leer- los
papeles de las Notas dispersas". El talón. Cien mil
pesetas. A principios del siglo XXI, la equivalencia estimada de esa cantidad
será de un millón y medio de pesetas. La cotización puede parecer modesta. Y
achacable a la fama de tacaño, algo exagerada, de Vergés. Pero aunque Pla es el
escritor en catalán más leído de su tiempo, su mercado lingüístico es reducido.
Esta circunstancia siempre la ha tenido presente Vergés, que hasta hace poco no
ha abandonado su proyecto de hacer de Pla un gran escritor en castellano, como
Miguel Delibes o como Camilo José Cela, a los que también edita. Además, Pla no
es todavía, aunque esté cerca de los setenta años, lo que será después de la
publicación de El cuaderno gris y del inicio mismo de esta
obra completa cuyo contrato está firmando. Ahora es un viejo periodista
apreciado y popular, desde luego. Pero su consideración literaria no está, ni
mucho menos, generalizada.
Se
trata de una tarde clave de su vida y, en especial, de su posteridad. El
manuscrito de El cuaderno gris es el símbolo de sus esfuerzos
por trascender los límites del periodismo, un oficio que muchas veces ha
considerado puramente sanguinario y esterilizador, pero sin el que no se
explica su escritura. El cuaderno es, aparentemente, un diario de los años 1918
y 1919. Es decir, un diario de juventud. Sin embargo, ha reescrito una y otra
vez muchas de sus ochocientas páginas. La madurez analítica y estilística de su
prosa no es, desde luego, la de un muchacho que acaba de cumplir los veinte
años. Siguiendo una estrategia de raíz stendhaliana, Pla no aclarará nunca
públicamente la pragmática de la escritura de este diario e insistirá en
presentarlo como un documento concebido y ejecutado en el tiempo que narra. Sin
embargo, una carta a Josep Maria Cruzet, el editor de su primer intento de obra
completa, había descrito con claridad, en junio de 1950, el proceso de
reescritura: "Me habría gustado poder enviarle muchas cuartillas de El
cuaderno gris, pero aún no tengo bastantes como para hacer una
muestra. Esto es un trabajo de gran aliento y, aunque le parezca mentira, de
una envergadura muy grande. Estoy recopiándolo palabra por palabra, y esto da
trabajo por las tentaciones constantes que se producen de modificar el
texto".
La
desatención crítica ante esta característica vertebral del cuaderno planiano,
que arranca del ambicioso e irregular prólogo que el escritor valenciano Joan
Fuster escribirá para la obra, durará muchos años. Hasta que el profesor
Joaquim Molas, primero, y luego, más detalladamente, el periodista Lluís Bonada
aclararán el método. Bonada publicará en 1985 El quadern gris, de
Josep Pla, revelando mediante un sencillo e irrevocable estudio filológico las
incongruencias y anacronismos del falso diario. Y subrayando lo que será una
característica general de la obra que Pla y su editor acuerdan ahora: el acopio
de materiales narrativos de naturaleza diversa, inéditos o no, que van
zurciéndose a un tejido central. Stendhal es, tal vez, la referencia más
ilustre de esta operación literaria. Pero por detrás está el periodismo. El
oficio fragmentario, ahorrador, misceláneo del periodismo, donde todo se
aprovecha y todo retorna. En una carta a Vergés de este mes de enero, Pla
reflexionaba con ironía: "Veo que has publicado un calendario [Calendario
sin fechas se titula su columna periodística] antiguo. Es curioso, hay
papeles de este tipo que no han envejecido nada. Cuando me muera, como que
Destino irá saliendo, tendrás calendarios por siempre más".
Contra
lo que suele suponerse, el periodismo es un oficio monótono, cargado de ritos
que se repiten de forma maquinal. Un oficio que favorece la ilusión circular
del tiempo y que practicado largamente induce a una irónica meditación sobre la
novedad, santo y seña del oficio. Hay periodismo en el método planiano de
elaboración de la obra. Y en la propia decisión de fabricar una obra completa
hay una voluntad de luchar contra el estrago de la memoria que supone la
sepultura hemerográfica del periodismo. Esta voluntad de ordenación, de
limpieza, de fijación de un texto canónico que le obsesiona desde hace años y
que ya ha dado origen al intento de los años cincuenta con la editorial Selecta
de Cruzet: hasta el suicidio del editor, en 1962, se han publicado 29 pequeños
volúmenes.
La
visita de Vergés y la firma del contrato se completarán tres días después con
una carta del escritor. Diez puntos en los que precisa algunos aspectos de la
edición de la Obra completa. Entre ellos, el formato "que ha
de ser el de los volúmenes de la Pléiade-Obras completas" y el color de las
cubiertas, "que han de ser rojas -las bibliotecas son en general fúnebres,
y los libros rojos hacen un gran efecto-". El punto 8 es importante:
"Los libros han de estar bien corregidos, puestos en las normas del
Instituto [de Estudios Catalanes], pero no se ha de quitar ninguna palabra que
yo haya escrito ni hacer ninguna filigrana preciosista ni medievalista ni
cultista". La obsesión por hacerse inteligible: periodismo.
6 de febrero
Viaje
a la ciudad de Tarragona. ¿Para qué? Quizá sólo volver de nuevo. "Hotel
Europa, en la Rambla. Los recuerdos de A. en esta ciudad". Pla no detalla
los recuerdos. Está escribiendo prosa de agenda, que es el máximo formato en
que su intimidad alcanza a expresarse. La frase puede aludir por igual a los
recuerdos de Aurora que esta ciudad le trae o a los recuerdos que Aurora tenía
de esta ciudad.
Aurora
estuvo aquí. Un día tras la última guerra civil, según se deduce de un oficio
del juez militar de Tarragona: "Esta mañana trajo estos avales la hermana
del procesado Manuel Perea, llamada Aurora". Manuel era carabinero de la
República, huyó a Francia y volvió luego. Al volver lo condenaron a muerte. Lo
condenaron exactamente en el consejo de guerra del 31 de enero de 1940. Estuvo
tres años en la cárcel. Dos veces le conmutaron la pena. Primero a treinta
años. Luego a doce. Pero quedó libre mucho antes por la forzosa razón de que
iba a morirse de tuberculosis. Mientras estuvo en la cárcel, y a horas
convenidas, una amiga de la familia se paseaba con un bebé en brazos bajo la ventana
de su celda para que el padre supiera cómo era su hijo. El paseo no podía darlo
la madre, que había muerto en el parto.
Los
recuerdos concretos de Aurora serían los de aquella mañana o los de muchas
otras mañanas de avales y trámites, en torno de la cárcel y el gobierno
militar. O quizá se remontara en el tiempo mucho más allá cuando la familia, o
parte de ella, vivía en Altafulla, un hermoso pueblo de mar cercano a
Tarragona. Manuel estaba destinado en la guarnición tarraconense. Modesta, la
otra hermana, tenía arrebatados amores con el alcalde republicano, Luis
Punsoda. La mañana en que las tropas franquistas entraban en Altafulla, Modesta
Perea alumbraba una niña con la ayuda del médico de la tropa. Luis Punsoda iba
ya camino del exilio y respecto a su hija y a su mujer de entonces el exilio
duró para siempre.
8 de marzo
El
amigo Quintà, que vive en Figueres, ya muy cerca de Francia, ha venido a verle.
El escritor cumple 68 años y Quintà ha traído "una botella de whisky,
endivias, un botella de Beaujolais y queso de Brie". En cualquier
circunstancia, la mera enunciación de esos alimentos trae la alegría. Simples,
nítidos y favorecedores de la convivencia. Pero es que, además, ésta es la
España de mitad de los sesenta. Un país avergonzado de sus pucheros, que ha
pasado abruptamente del mesón al snack y cuyo tránsito a la
modernidad incluye la consideración de que la comida sólo es un engorroso freno
en la fiebre del día. Y donde el refinamiento más inocente ha de adquirirse,
tras grandes trabajos, en el extranjero. España tiene ahora treinta millones de
habitantes. No más de treinta habrán probado el whisky de Escocia, el
Beaujolais borgoñés, las endivias de Bélgica y el Brie de Meaux. Lo que Pla
está cenando, gracias a su paladar macerado y a que su amigo ha cruzado la
frontera. Un escritor español, especie tan árida, cenándose suavemente una
civilización. >>
Enhorabuena por el articulo cuando Pla ha inoculado en el cerebro de sus lectores la letal morfina , la claridad,lo resumido y lo nada rocambolesco , ya nada vuelve a ser igual
ResponderEliminarlo demas parece juegos de palabras sin sentido ,polvora sin luz. Como buen charnego que soy pase unos años fuera de Catalunya , solamente la lectura de Pla me reconfortaba
era un balsamo de la nostalgia .Bueno leer a Sabino Mendez tambien me produjo algun recuerdo de la Barcelona emigrante y destartalada. Bueno no me enroyo mas felicidades y gracias por el articulo