Me cito con R y sus ojos bálticos de inteligencia felina; y yo, sin más, aposentando en la metálica silla mi cálido cuerpo. Forzamos la superficialidad catalana del discurso local, copa en mano, y hablamos de la hipócrita propiedad del cuerpo en la prostitución, fetiche de las feministas, y la enajenación del incuestionable aborto, apropiación socialdemócrata. Hablamos de la sobria educación estética de los clásicos, cine negro, y de la narrativa cool, lynchiana, de la tonta posmodernidad; de la la indiferencia y distracción del planiano mundo, y sus tediosas gentes. Me aborda y absorbe con Hartmann, quizá con la sustitución de Dios, el protagonista, por un señor, dueño o pastor en el cuento de la Ilustración kantiana. Reconocemos la nación de sol y moscas que el nacionalismo ha creado en contraposición a la plaza taurina, el morlaco; de la misma condición, sangre y arena. Cómo se puede hablar con tal franqueza, en tal instante feliz, en la tierra de La santa espína, donde gobiernan fregonas y clérigos. Pese a ello, continuamos conversando; ambos, seguimos creyendo en el lenguaje y la polifonía del diálogo autorizado; cosas del mundo moderno. Con el inevitable odio a la corriente principal, sus convencionalismos e ideas estandarizadas, se produce en nuestro dulce carácter lechoso, jocoso como el limón, la risa desaforada, dirigida a la basura de eso, del mainstream.
Es conocido por todos que la bolsa de basura es un terreno idóneo para la íntima satisfacción fisiológica, la investigación amateur y deportiva, el cínico reciclaje más revoltoso en lo religioso, la pestilente imaginación erótica y la ineludible curiosidad escatológica de todo homo faber o animal laborans. Artificios estos, y el de la privacidad televisiva en una sociedad de consumidores, destinados a borrar la huella de toda mente viva, espontánea y pomposa; generando la descomposición de cuerpos libres, personales, que fueron vida y piel; y que sin piedad, son hoy, espectros, humo y sombras. Pues lo mainstream, tan mediático como ignominia política supone, se maneja mejor por pantanosas ciénagas que por ventilados espacios aéreos. Con la ingenuidad y gratuidad de la inocencia infantil; del niño culpable, autor material y físico, pero exonerado de toda conciencia, cicatera y periódica, propia del espíritu. Tanto los programadores de televisión, delegados en estadísticas de espectadores, nuestros ciudadanos, como los profesionales que trabajan, les pagan, en ella; constituyen los límites plásticos y ascéticos de la cochambrosa ecología mediática: despojos de figuras sociales y mugre de sus políticas. En el porno homemade al que asistimos, de conciencia y movimiento físico infantil, como decía, capaz de reactivar y reciclarlo todo en el constante bombardeo mediático, visual, auditivo y anímico de las miserias humanas; encontramos la infinita posibilidad de normalizar lo absurdo, aceptar lo ridículo con carta de naturaleza y soportar el lenguaje binario atomizado, como koiné. La construcción de un público necrófago y carroñero, depende de mucho dinero, y de la aceptación de este, de los problemas más hondos en su naturaleza (como analizó ya la literatura) de una manera adulterada, cosificada y pseudoindividualizada; una especie de psicología sin objeto. Así podemos nombrar, sin despeinarnos, distintos acontecimientos de nuestro todo social, cuya falsedad en su esquema de valores, sólo están nítidamente y lucidamente expuestos como en la clarividente televisión. Recientes estrenos televisivos hacen pensar que la miseria y la basura social pueden ser recicladas y espectacularizadas sin atender a la "falta" humana, como la del mal en Mouriac, ética y estética. Tres ejemplos de reciclaje. Uno, del nacionalismo catalán que hace posible los imposibles metafísicos, convirtiendo a la derecha, CDC o Junts pel Circ en desobediente del TSJ y del TC (también de la "ley Wert"), y enemiga de las privatizaciones y la propiedad privada, vivir para ver, todo por la pestilencia. Dos, la mitología sobre el caso Asunta Basterna, permítase el derecho, un poco coqueto si se quiere, de no comentar nada. Y tres, el de la terapia de "Amores que duelen" (tele5), la nueva pedagogía del amor que proclama el "no es país para mujeres" (la contabilidad de víctimas como dice R) o la antigua educación erótica de Sade, sin ironía y en hortera, estilo maistream, of course.
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