lunes, 22 de junio de 2015

La sonrisa socialdemócrata





De los chirriantes dientes prietos y el ceño fruncido, enmarcados en la seriedad que proporciona el blanco y negro de los redentores, hemos pasado al colorido gay del orgullo de Zapatero (en El Mundo del sábado, dice sin vergüenza ni decencia, que es lo mejor que hizo en la legislatura: una fiesta coloreada y algo amanerada...), y a la sonrisa incesante de los que saben que sonriendo, tras la vociferante campaña apocalíptica, se ganan las elecciones. Ha sido declarado el estado de simpatía, dice Gistau en ABC. Una conclusión algo tardía, la de ambos (podemitas y Gistau), pues el guapo de Sánchez ya se sabía el cuento socialdemócrata y había gravado, como alfarero antiguo, una sonrisa a prueba de balas en su barroso rostro. Apta, eso sí,  para todas las tallas morales y aplicable en cualquier situación burocráticamente comprometida. Tan tardía resulta, que en los aquelarres televisivos en días de elecciones, retransmitiendo en directo todas las sedes de la partitocracia querida, sus candidatos y sacerdotes salen en primer plano, con su color típicamente deportivo, luciendo su sonrisa más efusiva; algunos con mejor o peor resultado estético, pero todos coincidentes al decir: hemos ganado. Lo contrario de entender la política como un juego de suma cero, es entenderla como la simpática sonrisa socialdemócrata: sonreír mientras se pacta,  sonreír cuando se pierde, declarar la guerra con optimismo sonriente... Talante, talante... 

Ya sabemos que la socialdemocracia tiene más forma que fondo, más apariencia que realidad, y tanto escaparate como trastero; con su consecuente exaltación y saturación mediático-administrativa. En la que como todo objeto televisado y televisivo, adopta las reglas más cosméticas y más chic de las nuevas normativas de la sociedad del tiempo libre y de consumo. Pudiendo valorar a los candidatos por las marcas de sus coches y sus trajes, su juventud, sus hábitos alimenticios (lo verde de su ensalada) y deportivos (sus bíceps), por el pisito de soltero o el casoplón de casado, por el tamaño de los pechos y el trasero de su mujer, por el bigote de su señora, por el rubio platino de sus hijos o por el ignominioso azul de sus ojos...  Pero sí algo bueno puede decirse de ella, es que rebaja la adulteración y embriaguez ideológica hasta límites light o 0% (impidiendo la espontaneidad de la violencia); y convierte todo su contenido por muy romántico que sea, mientras esté inscritos dentro de los límites de la ley y el cerco institucional, en términos funcionales y operacionales; altamente resolutivos y gratamente aburridos. Los podemitas, sabiendo todo esto, han conjugado y cultivado un redundante y estupefaciente fraseo técnico de la cercanía, de la asistencia, de la atención, del rescate y de, por qué no decirlo, la salvación (Gracia divina). Para alejarse de acusaciones ideológicas y sustituyendo, con un mismo fondo, el puesto de Cáritas (amor sin temor a pérdida) y el de la afanosa santa Iglesia de los pobres. Al comprender la virtud política como Maquiavelo, auto-conservación y adaptabilidad a las mutaciones históricas de las circunstancias, encuentran en la gestión política socialdemócrata, el mejor hábitat para desarrollar ciertas políticas discursivas de la salvación: han sustituido el mensaje evangélico de la Iglesia por la teología de la pobreza de la "nueva política", eso sí, ahora ya, con una sonrisilla de corbata. 

Han convertido la sociedad española en aquella hipérbole y sátira que hacía Berlanga en sus películas, Plácido y Calabuch, por ejemplo. El recurso de "cena con un pobre en navidad", o  "la bondad e inocencia del pobre" y la exaltación nacional de la tierra, el pueblo, lo castizo, lo austera, las costumbres y la cultura folclórica. Cuando lo más exacto de nuestra situación actual, no exenta de ironía, sería Buñuel: El Ángel exterminador y El discreto encanto de la Burguesía, en el que el cordón sanitario hacia las tesis conservadoras de la burguesía, su declive y miedo a perder su condición material, están equilibradas con la crítica que realiza en Viridiana sobre el tedio,  la miseria moral (envidia y ambición) y la ignorancia de la pobreza. Pero los podemitas prefieren jugar con biparticiones sencillas, como su gente, y categorías cosméticas, como su ética. Para enfundarse en la sonrisa burocrática, rebajar su discurso e intenciones, y para limitarse a sustituir la misión social de la Iglesia (alimentar, acobijar, cuidar, reconvertir...), la cual, debería separarse de la política, al menos, del Estado. Los descamisaos concejales y alcaldes, al estilo Five Points, como el esquizo-alcalde gaditano con nombre de torero (el Juli) o cantante de copla (el Fary); "el Kichi", contradicen la ley que ellos mismos representan; como por ejemplo al intentar parar un desahucio pavoneándose ante la policía, en lugar de solucionarlo desde el despacho como hace el de Vigo, con la corbata y el traje de turno. Esas son las nuevas contradicciones que le añaden a la gestión socialdemócrata: ser la ley y al mismo tiempo la insumisión o resistencia ante ella; y la sustitución de la política por la teología de la pobreza al estilo Berlanga. Dos novedades que no existían antes de que los podemitas sonrieran. 

Ante tales hechos, no sólo no rectifican, sino que con la arrogancia infinita del que se sabe, y así lo aplauden en su casa y en el recreo, como intelectual, son capaces, hablando en tercera persona de sí mismos (Zapata y Pablito lo hacen), de calificar las preguntas y opiniones de los periodistas como conspiradoras y propagandísticas. Sólo había visto a dos egos políticos, antes de los chicos de Pablemos, que se arrogaran con ese altivo derecho: Esperanza Aguirre y Felipe González. El propio Zapata, hombrecillo de librillo o el creador cultural subvencionado, ha adquirido los viejos vicios de prohibir preguntas, contestar con arrogancia y pactar temas con el periodista, pues como guionista que dice que es, le gusta tenerlo todo bien atado y censurado. Vemos como sus dejes, manías, vicios y aptitudes, no se diferencian en nada de la de sus homólogos de traje y corbata; aunque ellos prefieren la libertad ofensiva de las chanclas. La sonrisa que mantienen, más allá de su misión teológica con la pobreza y su activismo de resistencia, responde  a su total asimilación estética: tras la sonrisa se encuentra la tranquilidad de los pactos, el confort de los votos administrados y su profunda arrogancia de gestores públicos sin más ley que la de su imperativo inmoral. Por lo tanto, sus redenciones sólo conseguirán la total homologación en la gestoría política; nada cambiará salvo su sonrisa...














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