martes, 3 de marzo de 2015

De la lírica política al supermercado del populismo




La política, como todo en la sociedad pos-moderna, se ha vuelto una cuestión de elección, de inteligencia y decisión instrumental en el supermercado de lo público; unos grandes almacenes en cuyas tiendas podemos encontrar mecanismos, métodos y dispositivos de "socialización a la carta", en una casi ilimitada gama de posibilidades de "individualización". Según Lipovetsky (en "La era del vacío"), y en esto estoy plenamente de acuerdo (por muy marxista que uno se pretenda), las reivindicaciones, apologías y exaltaciones de las singularidades y particularidades ideológicas, o especificidades y diferencias culturales, que hacían de la política algo duro y fuerte, hostil y agresivo, son hoy en grado sumo, no ya los motivos de conflicto, tensión o síntesis (superación) discursiva; sino la mayor forma de identificación y asimilación política; convirtiendo la ideología y las ideas en algo flexible, blando, plano y frágil. Tan alternativo y variable como la compra de productos domésticos o caseros. La mejor forma de establecer sistemas, individuos, colectivos, ideologías y partidos, homologables y hegemónicos - convirtiendo así, los guetos irreductibles e irrepetibles de las nuevas culturas, a la vez, cool (indiferente) y  "radicales" (pero no subversivas) de lo político, en copias ideológicas - son los nuevos "programas de personalización" de las sociedades pos-modernas. Es decir, la información (democratización de la palabra), la expresión (deportiva, ociosa, erótica, culinaria, tecnológica o humorística) y la realización personal (narcisismo), como modos o medios de establecer el nuevo espacio de lo político. Estas sociedades del "individualismo-narcisista", son sociedades flexibles, abiertas, plásticas, y al mismo tiempo cerradas herméticamente a las clásicas concepciones, teorías o ideas de la tradición histórico-política de Occidente; pues constituyen alternativas subversivas, alteraciones cualitativas y categóricas de lo establecido. La vieja "Revolución" o el siempre recurrente "Progreso", como horizontes de proyección utópicos en el que se perfilan proyectos políticos emancipatorios: el hombre nuevo, el super-hombre, la teleología de la historia, el desarrollo del espíritu (...) son jarrones de porcelana que decoran las entradas burguesas de las casas más horteras y desfasadas.  Aquello de la "lucha de ideas" liberal, o la "lucha de clases" marxista, es hoy a ojos del sentido llano común, pura nostalgia y melancolía política, una antigualla histórica inservible, que conduce a una sonrojan-te disonancia estética (e incluso ética, según algunos), a todo aquel que osa interpelar a un tercero con dichos recursos retóricos "del pasado".

El "narcisismo" de nuestras sociedades, no significa "despolitización", sino un cambio de paradigma político. Pues si, como decían algunos, el fascismo es la intoxicación y contaminación política en lo privado (Arendt por el contrario, pensaba que el fascismo era la persecución y supresión de la política y la vida privada), es decir, la "politización de la vida" ("politización de la cultura"); la nueva era se caracteriza por la "privatización de la política" ("culturización de la política") como dice Lipovetsky. Algo así como una transferencia emocional y deportiva, propia de la vida privada, hacia lo político. Cuyo devenir ya no es como el de una tragedia griega, el núcleo del cual, son siempre los caminos de reconocimiento, sino el de una comedia. La política  pierde su contenido tradicional y se reescribe en clave de: sentido del humor, seducción-populista, hedonismo-emocional, erotismo-narcisista, agrupación-psicológica etc. Sustituyendo la dominación, la violencia, la opresión y la explotación del poder vertical, por la "seducción", entendida como juego de las apariencias.  Es decir, la seducción reemplaza a la vieja dialéctica que venía dominando el todo social o el espacio político desde Hegel. Abandonando el activismo colectivo y las movilizaciones de "clase" o partido (en Gramsci son lo mismo) por una indiferencia operacional y una "apatía" de las masas (individualismo hedonista-responsable). Todo ello debe matizarse y concretarse, pues estando de acuerdo en las líneas maestras del planteamiento de Lipovetsky: nos encontramos en la "era del vacío", en la que ya no hay Tragedia ni Apocalipsis; es necesario advertir que esa posmodernidad que hace de la política y la ideología algo blando, frágil y débil, personal e individual, es una posmodernidad que no llega de una vez por todas tras su proclamación o declaración. Podemos entender que sucede igual que en el proyecto ilustrado, lejos de estar terminado y caducado, aún permanece en construcción de manera asimétrica, irregular y discontinua, como muy bien dicen algunos. Respondiendo al esquema de despliegue de la symploké. Pues al no darse de una vez y de manera uniforme, responde a las discontinuidades materiales del desarrollo histórico-político de cada cultura o comunidad política. De la misma manera esa posmodernidad "del vacio" es mucho más parcial, sectorial y limitada; de lo que deducimos, que de momento no se ha concluido el ciclo o proceso, o bien, que dispone de menos fuerza política (emancipadora) y filosófica (reconocimiento de la tradición) que la ilustración, para realizarse de manera universal y general.

Ante todo esto, lo más interesante es lo que en nuestras comunidades macro-políticas sucede con la seducción; aquel juego de máscaras, que sustituye la dominación y la coerción por el arte de persuadir y ser persuadido en la voluntad política. Pues, aunque insuficiente y parcial, la producción del populismo como la forma de seducción más mediterránea, más nacional y provinciana, más cómica incluso, puede albergar gran significado para explicar los fenómenos y acontecimientos políticos de nuestra castiza y folklorica patria. La seducción nos puede aparecer como un término político polisémico, multiforme y travestido, pues puede entenderse seducción erótica, seducción económica, seducción por el terror y el miedo, seducción fundamentalista (prometer el paraíso en la tierra) o lo que podríamos asignar con denominación de origen: la seducción por populismo. Populismo como uso de máscaras y antifaces con referencias absolutas "por" y "para" el pueblo; para la excitación y eyaculación del "pueblo" y la exaltación y glorificación de la miseria popular. Por un lado, parece una mera técnica de comunicación, inofensiva y pragmática frente a los damnificados cimientos y fundamentos de las estructuras políticas (aparece como recurso ocasional); y por el otro, aparece como una plaga bíblica cuyo destino es ensombrecer y oscurecer nuestro mundo "ilustrado"; una pandemia insoportable que parasita un lenguaje y un discurso político originario, puro, virginal y verdadero, del cual derivan sus falsas copias, perjudiciales y nocivas para la ecología política.  Parto pues, del convencimiento de que ambas caras son exageraciones y en su falsedad y constancia, reside su peligro como arma. Cabe analizar el populismo bajo un esquema de limitaciones y aduanas cognitivas, en el que el sujeto crítico-reflexivo, también realiza un trabajo moral en primera persona; y no solo analiza los límites del populismo como proyecto teórico, sino que resiste personalmente y corporalmente a sus tentaciones de ejercicio y aplicación. Es decir, el populismo, debe ser visto como lo que parecer ser hoy: el nuevo modo de seducción política y por lo tanto de lenguaje y comunicación ideológica, en el que sabemos que el arte de prestidigitación y  engaño lingüístico, juegan un papel esencial.Pero no debemos dejar engañarnos en la "acción" y persistir en una moral del reconocimiento antes que una moral del narcisismo de las diferencias.

Como decía, en el caso español, la democracia de chirigota, sodomizada por el fantasma y verdugo del pueblo y su clamor, han radicalizado los llamamientos justicieros, las condenas ejemplarizantes, la explotación pornográfica de las imágenes informativas, los resurgimiento de chovinismos sadomasoquistas y "centrismos" mercantiles-electoralistas, entre otros. Hemos llegado hasta el extremo de aceptar, sin más vergüenza torera, que las comicidades de los políticos más paletos y torpes (una cuestión de estética de las costumbres, pero no de ética) se conviertan en categorías políticas trascendentes, capaces de levantar y derrumbar gobiernos. El "caloret" de la Barberá, el "relaxing cup of café con leche in plaza Mayor" de la Botella, "el duque empalmado" del duque empalmado, el inexistente inglés de Zapatero, las amantes de Monago, la "multita o bronquita" de Aguirre, el "Lúís se fuerte" o el "Its very dificult todo eshto" de nuestro presidente Rajoy, son a ojos de muchos miopes "ciudadanos", categorías políticas suficientemente sólidas, fuertes y potentes, como para destituir cargos, hacer volar escaños por los cielos de Madrid y precintar ministerios. Como si a la condición de "buen político", le fuera consustancial, o le viniera implícito el vicio de hablar inglés y valenciano, o la virtud de no follar sin reproducirse.  Un latigazo populista gravado a sangre en un cuerpo más que castigado por la miseria y la ignorancia, los dos males de la democracia según Savater, hacen del populismo una borrasca que ha llevado a remover como las olas del desierto mueven los campamentos tuaregs, todos los asentamientos liberales que cualquiera, incluso un marxista ingenuo (de nuestro tiempo), podría afirmar. La presunción de inocencia, el derecho de defensa pública, el deber de una justicia no prevaricadora,  y el deber a no confundir política y moral, son ejemplos de una multitud, de principios olvidados por nuestra mascota exótica (el pueblo), que sacamos a pasear cuando más nos conviene.

El ejemplo con nombre propio, puede establecerse en nuestra dieta mediática e informativa diaria; desde los inicios de UPyD, C'S, (no hablemos de los "progres posmodernos" y los nacionalistas vascos o catalanes) y ahora "Pablemos", los discursos populistas se han  radicalizado y extendido por toda la lingüística política y el espacio retórico. La carrera por conquistar una terminología y poner en juego la propia " palabra política" (o incierta identidad política) se persigue limpiando las letrinas del ego discursivo, sin reparar en una lírica o una poética política; transgrediendo y degradando así los géneros clásicos ( al menos de una manera formal e intencional) no para subvertirlos en una superación, sino para degradar y dañar el propio discurso. Convirtiendo la política en "una opción", una elección de "formas de vida" locales, de lo que nos es propio, el recurso y la apelación a lo "popular" ;como quien elige en un supermercado su propia individualidad y personalidad (siempre relativa a un ethos o pueblo común).

Concluyo con dos ejemplos de los desastrosos efectos del populismo: la caza de brujas  al imputado; concreta-mente, en F.Camps ex-presidente valenciano y X.Trias, el alcalde de Barcelona. A este último, el diario "El Mundo"(bajo la dirección ya, de Casimiro García Abadillo) acusó al sobrio alcalde, de poseer una ingente y escandalosa fortuna en una cuenta suiza (siempre Suiza), que difícilmente podría proceder de probos orígenes, pues no se le conoce actividad empresarial multimillonaria alguna, al viejo doctor venido a alcalde. Tras estas acusaciones, Trias respondió y afirmó que no poseía ninguna de esas cuentas y que denunciaría a los medios y los periodistas que lo publicaron y los que lo difundieron sin comprobarlo... De todo aquello ya han caído varios soles, y todavía no ha sido imputado por ningún tribunal. Ni ante la evidencia, los del segundo diario de mayor tirada nacional, ni siquiera han rectificado o se han disculpado públicamente ante agravios que podrían hundir la carrera y reputación moral de un individuo, de uno especialmente considerado en el nacionalismo catalán, por su mediocridad, discreción y docilidad. En el caso de F.Camps, no puedo hacer nada más que animar al astuto y avezado lector a que lea los dos artículos ("La justicia automática"  y "Lo llaman Tribunal y Superior, y de Justicia"), siempre brillantes y lúcidos (en estilo y contenido) del siempre huraño y cicatero Arcadi Espada. En el que se demuestran que a través de una "traducción sioux" puede imputarse a alguien delitos ( o irregularidades) fundados en invenciones. Dos ejemplos del "injusto término medio", que consiste en castigar públicamente a personajes del teatro político, situando el castigo entre el salirse de rositas y la condena penal; pues si no hay ni una ni otra durante un tiempo, se le adjudica el San Benito. Producto del populismo moribundo que lleva a hacer al populacho (no a los ciudadanos) juicios aventurados, similares en sus efectos al terrorismo periodístico que "El Mundo" (Pedro J. Ramírez) y "La Cope" (Federico Jiménez Losantos) hicieron con el 15-M. Llegaron a acusar a Rodolfo Ruíz de un conjunto de falsos delitos, muy graves, que le llevaron por la presión y el impacto del ataque, a graves costos personales. Los resultados del populismo, pueden ser del mismo calado a escala social.















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