domingo, 4 de enero de 2015

La inexistencia ontológica de la libertad de expresión (I)



A sabiendas de que debo ser una persona competente y ordenada, ni tan siquiera sé si llego a la segunda, la necesidad de clarificar conceptos comunes en la actualidad política empírica es apremiante; pues para la segunda parte de las reflexiones en torno al marqués de Sade, ya habrá momentos en este blog más tranquilos y sosegados para hablar de ello. Lo que hoy, -asfixiado por el trabajo de un estudiante mal organizado- me lleva a aplazar mi propio trabajo y las reflexiones a-temporales sobre Sade, y atender a la "actualidad" filtrada por los anteojos de la filosofía, no es otro que un tema general, derivado de un hecho concreto y nacional, circunscrito en los límites de nuestra más que unida, limpia, higiénica, ordenada y cohesionada nación. Pues bien, a raíz de la puesta en vigor de la ley mordaza (ley ciudadana para los tecnócratas, no para los ciudadanos), su "noticialidad" y publicidad, a uno se le planteó el problema de la posibilidad o imposibilidad, legitimidad o invalidez de la "libertad de expresión" en una comunidad política; no sólo en ciertos regímenes concretos y materiales, como pueden ser las democracias liberales administradas o las socialdemocracias neo-burguesas; sino en el reino categorial de las ideas políticas. Realmente el tema se me presentó a través de una experiencia personal: como consecuencia de una invitación (pequeño-burguesa) a la manifestación (pijo-progre) de no quiero acordarme que día del mes pasado, contra la susodicha y sobada "ley". De mi aceptación de la invitación, primariamente intuitiva - a uno le van más los saraos que  a un tonto un lápiz- surgió a los pocos minutos de reflexión, la certeza de que dicha manifestación no sólo sería una manifestación juvenil (soy de naturaleza misántropa, pero si son ya gente de mi edad, ¡no respondo de mi!...) sino que además se reuniría en tropel, el conjunto de politólogos, universitarios de papá y demás desencantados del mundo del "fundamentalismo democrático", como dice el bueno de Bueno. Una reunión semi-festiva del "pensamiento Alicia" en el que se reivindicarían conceptos (demostraremos que no son tales) o nociones políticas formales y abstractas, despreciando el contenido material o la lógica dialéctica que encienden; nociones que lejos de ser neutrales y "evidentes" (claras y distintas) a un nivel filosófico, son  altamente ideológicas y sectoriales, cuestionables y confusas, ambiguas y erróneas etc.  

Antes de entrar en faena, es necesario matizar que ante tal problema filosófico, me veo obligado a distinguir política y filosofía como dos ámbitos distintos, dispares y hasta incluso inconmensurables, para advertir, que mi posición filosófica sobre el concepto no es mi posición política sobre el asunto, por mucho que mi actividad o acción política se vea altamente influenciada por mi función filosófica (disculpen el atrevimiento); pues elaborar y tejer un discurso en el contexto abierto y luminoso del espacio público es en cierto sentido un "acto de habla" performativo; un discurso (más o menos acertado) es una forma de "hacer" cosas, de actuar "con" y "respecto" a otros. De este modo, mi postura política se ve influenciada y determinada por mi análisis filosófico de la cuestión, de ello que a los minutos de haber confirmado mi noble presencia (así se habla entre burgueses), de un modo automático, me apresuré a declinar la invitación, por la crítica filosófica y el "desprecio" que me merece la ideología mantenida en esa manifestación. El caso, es que debo dejar claro que mi postura política sería siempre una postura de resistencia, de reacción contra el poder establecido, y aún más ante un gobierno que no es ni liberal, ni conservador, ni tan siquiera "es", pues gestiona y administra de tal modo, que ni la figura del presidente resalta o se vislumbra de manera nítida, ¿quién sabe si ya hay un nuevo gobierno "de negro"? De modo que mi posición política consiste en negar y oponerse a la falsa legitimidad de un gobierno como el actual, no en todas sus medidas, pero si de un modo general en su ideología pragmática y tecnócrata o en sus excesos en la intromisión, instrucción o pedagogía ciudadana. 

Mi análisis se centrará en una desintegración del concepto concreto de "libertad de expresión" en el sistema democrático, que en este caso deriva de la experiencia empírica de la dinámica de una democracia homologada, pero que sería válido para cualquier contexto en que se formulara de la misma manera dicho derecho o concepto. Dicha desintegración se basará en la inscripción del concepto bajo las coordenadas y esquemas del materialismo filosófico (G.Bueno), un sistema dialéctico negativo que consigue disolver y deconstruir conceptos mal formulados o cosas que ni tan siquiera son conceptos, como es el caso de la libertad de expresión. Pues dicha noción baila sobre la tumba de la verdadera libertad, se justifica bajo la concepción de la libertad como libertad de elección o de decisión, una formulación formal y abstracta que elimina cualquier red de determinaciones causales y materiales, una noción vacía de contenidos y fundamentada bajo el "voluntarismo" más absoluto (incondicionado) que supone un irracionalismo de lo más vulgar y grosero, como enseguida demostraremos. Pues, declarar como derecho fundamental el expresar libremente las opiniones, pensamientos e ideas, mediante la palabra, el espíritu o cualquier otro modo de expresión, así lo recogen la mayor parte de constituciones homologadas (la nuestra lo es) y también así lo recoge la "Declaración Universal de los Derechos Humanos"; es declarar como derecho absoluto, eterno y natural, algo que no viene dado por divinidad alguna, o por concesión intersubjetiva de la humanidad, pues ni "todos" lo firmaron, ni tan siquiera existe la sustancia "humanidad". Además sus únicos límites, vagos y confusos, cambiantes teóricamente según convenga, son los restantes derechos que se presentan en sí mismos como también eternos y absolutos, como código o marco unidimensional de lo pensable y lo posible, como una demarcación axiomática auto-suficiente y armoniosa que no necesita nada "exterior" a ella para existir, y de la que no cabe su opuesto dialéctico, su antítesis; pues "fuera", un "más allá" del marco del código de derechos fundamentales, no cabe nada "existiendo", fuera de los límites de los derechos (de lo legal o jurídico, sea internacional o nacional) no hay nada real o sustancial, nada que no este contenido en el derecho puede ser aceptado, legítimo o discutido en tanto que político-cognitivo. Ese "existente" sin opuesto, es en si mismo una ficción jurídica, una maya circunstancial, un epifenómeno ideológico que no corresponde con la "objetividad" o imparcialidad si se quiere de una filosofía política que estudie de raíz y fundamentalmente los conceptos y categorías políticas.  

Si se vulnera este código se entiende que la democracia realmente existente es de baja calidad, es deficiente, mínima o que esta corrompida; se ve pues, como una proto-democracia, un ante-proyecto de democracia, en relación con su ideal abstracto de una democracia "pura", absoluta y angelical, a la que debe adecuarse y asimilarse la nuestra, empírica e imperfecta. Así la libertad de expresión aparece como un principio ético-político fundamental en la teoría liberal (desde Locke, Mill, Hume, Smith o Montesquieu...) y de su concepción de la democracia. Pero realmente, en su contenido material no se dice ni se consigue nada, pues con simples declaraciones universales, formales sin contenido y planteadas desde la ficción del "individuo" vacío y desnudo de sus determinaciones materiales, esto es, causales, y su condición en el mundo, esto es, su perspectiva y posición en un sector del mundo antagónico y contrapuesto al resto sectorial del mismo, y sin biografía; no se consigue una teoría que describa el funcionamiento y la lógica propia de la realidad político-social. Pues es evidente, que la mera formulación y mera universalización no sirven ni para el reconocimiento efectivo, pues el reconocimiento es un proceso material, entendiéndolo como "symploké" platónica, como ya se dijo en el artículo sobre la solidaridad polémica y orgánica. Por lo tanto, la libertad de expresión necesita responde a "quién" lo dice y al "qué" se dice (la misma crítica que se hizo y debe hacerse al falaz "derecho a decidir"), no puede ser independiente del contenido, pues en su aspecto formal ya va implícito un contenido-formal-contingente (a efectos prácticos, no así en teoría) que es ideología y propaganda del fundmanetalismo democrático. Entonces, si aceptamos la pura forma, estamos presuponiendo y aceptando implícitamente y como inherente a la libertad un determinado, efímero, re-ductivo y contingente contexto ideológico, pues el contenido material, por mucho que no lo formulen los liberales, es efectivo y real, quizás escondido, invisible o silencioso, pero inherente a toda producción teórica; toda reflexión nace de un contexto histórico-material dado, y sigue una ley y una lógica inflexible, aunque asimétrica y discontinua, que determina el contenido de esa teoría.

Vemos pues, que la declaración del derecho a la libertad de expresión es un dispositivo ideológico formalista operativo, que funciona asimilando todo contenido ideológico posible, y en tanto que contenido formal, todos comparten el ser susceptibles de ser expresados, legitimados así por el mero hecho de ser contenido formal de la "meta-forma" teórica que es, su declaración universal. Operaría como una suerte de asimilación de los contenidos unidimensionales (no negativos, materiales o dialécticos) que aparecen en el orden del discurso constituido jurídicamente y producto de una ideología que implícitamente responde a un orden material (por necesidad inherente y real), oculto, no declarado y silenciado. Siendo en sí misma (la declaración universal o formulación formal) una pura ideología que se muestra como neutral, pre-política si se quiere, y lo que es peor, como reguladora y normativizadora de lo legítimo (válido), lo pensable (justificado) y lo real (posible). Por lo tanto, cualquier "contenido" de la "expresión" por el mero hecho de ser expresa-ble, esta justificado y es legítimo para ser expresado efectivamente, de hecho. Una suerte de relativismo de las opiniones, una especie de "todo puede decirse y expresarse", pues por el mero hecho de decirse y expresarse, se re-afirma el derecho de expresión (que es su finalidad); cuando debería ser legitimado por lo que se dice, no por el mero hecho de poder "expresar", pues decir o "expresar" es algo que incluso se puede hacer en dictadura (hablo desde un punto de vista ontológico-práctico, no puro-práctico).

 Antes de continuar en el siguiente artículo la demostración de la inexistencia conceptual del "derecho a la libre expresión", matizaré algunos puntos metodológicos. Como decía al principio, las consecuencias de lo dicho obedecen a una cuestión filosófica, no política, ni mucho menos ideológica, pues no estoy ni a favor ni en contra del derecho a la libertad de expresión, pues ni yo ni nadie pues estarlo, al no existir como concepto. Dicha futura demostración, no representa ninguna hostilidad, ataque o riesgo para la política y su orden fáctico, pues el compás del universo discursivo esta totalmente abierto, esto es, con suficiente plasticidad, multiplicidad e impermeabilidad, como para que desde la filosofía se destruyan sus cimientos y pilares (de la "verdad") sin suponer una amenaza para la política. Otro asunto es cuando el compás esta cerrado, y ya no queda en un sistema político "X" ninguna otra posibilidad que escoger entre "A" o "B", entre "esto" o "aquello", entre los bandos o facciones empíricas que se hayan construido y contrapuesto (entre blanco o negro); pues en ese momento la filosofía ya no tiene espacio, no tiene ámbito ni dimensión, no tiene nada que hacer. Es momento de la acción política y si se quiere, aunque el término este masturbado y sudado colectiva-mente, tiempo de "compromiso", de acción directa y de restablecer la apertura y curvatura del compás, para que la filosofía entre de lleno; como es el caso del momento actual. Puede que se este cerrando (especialmente en Cataluña) pero ni mucho menos como lo esta en Oriente, o en la Europa del este...







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