martes, 11 de marzo de 2014

El aliento del lobo y de la princesa (I)



Según la idea, que de tanto repetirla ya ha perdido su fuerza y sorpresa, de Hobbes, de que el hombre es un lobo para el hombre. Que en estado de naturaleza, es decir en aquella desvirtuada igualdad invertida, igualdad por lo tanto en miedo, terror, horror, inseguridad y fuerza bruta (salvaje); el hombre es un depredador para el hombre, un peligro y su mayor enemigo para lograr sus intereses. No es una imagen que haya perecido en el camino del olvido. Es más, sigue tan presente como imagen en la conciencia colectiva mundana, como prototipo del individuo en nuestra sociedad civil, y como tópico de nuestra condición y naturaleza humana con el que hay que combatir y luchar, que determina y configura gran parte de nuestras relaciones sociales con los otros individuos.

No solo determina por lo tanto, nuestra proyección y acción en el espacio público, que correspondería con nuestra "externalidad" política, sino que establece las reglas de auto-comprensión con uno mismo y su preparación o formación en sus propias relaciones psicológicas. Estableciendo que el "yo" consciente del psicoanálisis esta pervertido y demonizado por la figura del lobo, que debe combatir con una conciencia moral "super-yo" que deberá prevalecer para instituir una imagen moral del mundo, ocultando y suprimiendo así, la raíz no metafísica de la política. Así construye esta idea antropológica (metafísica) del hombre como un lobo para los otros y para si mismo (sentimiento de destrucción que generará el sentimiento de culpa) que conducirá a un advenimiento de estructuras e instituciones revestidas de un poder y capacidad de violencia desmesuradas, si no en su contexto histórico de fundación, sí, exageradas y fuentes de problemas y desigualdad hoy día.

Plantear así la naturaleza del hombre, no solo es un debate metafísico imposible, sino la excusa perfecta para construir formas y estructuras que como ya hemos dicho; pudieran tener su sentido antaño (afirmación dudosa, puesto que se basa en una visión progresiva de la historia, en especial de la política) pero que hoy se manifiestan y presentan como la estabilidad y afirmación imperecedera de la concentración de poder vertical. Como única realidad sustancial, consistente y sólida que puede hacer posible la convivencia de lobos salvajes acostumbrados a la manada entre conocidos, pero no en convivencia con el hecho de la pluralidad, de lo distinto. La interpretación por el renombramiento constante de la tesis de Hobbes, conduce a entender que (ya no hay lobos sino licántropos) la política es la emancipación del estado natural, la represión y renuncia de los instintos de muerte y agresión, para ser superados en una obra mayor del colectivo. Fundada por una autonomía y supremacía de la voluntad (el aliento del lobo) que es el único presupuesto original de esta segunda naturaleza artificial y construida, que llamamos sociedad o Polis (política); cometiendo así, errores en la concepción de todos los términos políticos, de la buena política.

Como decía; el aliento del lobo, el único rasgo de humanidad, entendida esta como construcción a posteriori o como segunda naturaleza; es la voluntad del hombre, aquello que le impulsa a abandonar la sumisión determinista y su reducción a su condición de fiera y depredador, que vaguea por un ambiente que le es ajeno y peligroso, para, como acto de creación y libertad, consensuar y concentrar todo el poder en un único espacio. Delimitarlo, protegerlo y concederle autoridad, un respeto reverencial, casi mítico, místico y mesiánico a la nueva figura que a cambio de la renuncia de la libertad natural, les otorgará seguridad y protección, orden y limpieza. Oportunidad de desarrollo individual y la posibilidad de ampliar la voluntad, el aliento del lobo en su máxima potencia, dejando así de ser la humanidad un rasgo minoritario para pasar a ser el centro de "todos" (antropocentrismo y creación de la Polis).

Presentamos así, al hombre originario como un lobo, animalidad y brutalidad, arbitrariedad y determinación, que posee aliento (alma) de hombre, rasgo anímico y representación de lo espiritual, la voluntad que nunca se pierde y está en todo hombre en potencia. Exponiendo la construcción y creación del Estado (concentración del poder y monopolio de la violencia) como acto de la voluntad de renuncia y superación, situado en el centro de la Polis; de la nueva organización entre hombres normativizados y no entre fieras descontroladas y agresivas. Dando paso así, a la figura de la Princesa (Le Bourgeois revenant); máximo exponente de la cúspide o punta de la pirámide jerárquica de poder y refinamiento, cultura, formación y preparación (ilustración). En esta figura se representa al hombre en su máxima potencia, desvestido de los condicionamientos naturales y la determinación del lobo, dando lugar a la princesa, en su sentido de miembro de la máxima jerarquía de poder organizado y estructural. En su condición de ser femenino, es decir, refinamiento, ilustración, humanismo, estética, ética (buenos modales y normas de conducta civilizadas) limpieza y orden; y un largo sin fin de propiedades resumidas en el ideal de cultura Burguesa (aunque la princesa sea figura de la nobleza, de igual manera nos sirve).

Tal figura femenina y de poder nos sitúa en plena convivencia, en plena sociedad, en pleno sistema o estructura de dominación y opresión al individuo a cambio de beneficios, solo aptos y asequibles en cultura y sociedades; términos que se mimetizan y hegemonízan como lo político. La princesa es por lo tanto, la presencia y manifestación de humanidad. Personaje de cuentos y narración, pretende simbolizar y exaltar ese continuo narrativo imaginativo (sobre la existencia y condición del hombre) que posee, contiene y sintetiza  toda cultura y sociedad. Materialización del arte, que es testimonio de la historia (de la humanidad) objeto de rituales y posibilidad de trascendencia. Nada de eso es aceptado por Adorno en su teoría estética, pero tal consideración nos llevaría demasiado tiempo desplegar aquí, cuando lo que pretendo, es señalar que la princesa se sitúa en una dualidad peligrosa; esto es, entre el mito y la historia, entre lo que "es" y el "llegar a ser" (distinción de Adorno). Dualidad que entra en conflicto no sólo en estética propiamente, sino que también en política.

Puesto que la salida y renuncia del estado natural parece un proceso divinizado, trascendente y absoluto, un impulso (el de la voluntad o aliento del lobo -humano-) universal, eterno y perfecto, una emancipación y empoderamiento de la propia autonomía. Olvidando así la contingencia, la arbitrariedad, particularidad singular y terrenidad de la política; nada dada a lo absoluto (ausencia de relaciones puesto que es el todo) y poco amiga de lo inmutable y estable como imperturbable e incorruptible. Tal imagen sería la salvación y redención, la huida de la brutalidad, la domesticación y la luz en las sombras; un paraíso en el mundo y un Dios en la tierra. Entendiendo el estado (sociedades y culturas modernas) pues, no como producto del espíritu y de la historia, sino como un "Mito". Siendo el mito la negación de la autonomía, la sumisión de la libertad, la rendición a "fines superiores" y esperanzas o ilusiones banas de acabar con el aliento -ahora el de la princesa- que es el reducto de la naturaleza primera, el lobo en la Polis, el peligro de exterminio y violencia entre los hombres.  

 El aliento de la princesa es el del lobo, rastro de agresividad y muerte, de violencia y fuerza, sigue presente en las sociedades y agrupaciones humanas, sigue expulsándose en la exterioridad, que es lo público. Pero esta vez no como condición humana o principio metafísico irresoluble, sino como producto del Mito, de convertir al hombre y sus creaciones (estado y sus estructuras) en Tótem ( y a su vez en tabú).  Cayendo en el pozo del quietismo, el inmovilismo, la ignorancia (sobre lo político) y  las sombras de lo absoluto e ideal. Embruteciendo y sombreando las figuraciones de lo que debería ser la política, de lo que debería "llegar a ser", de lo que realmente podemos establecer como espacio público de acción y habla libres, sin influencia de la superstición político-metafísica.

Ambas figuras me servirán para describir la situación actual de la política, sumida bajo las formas de labor y consumo impuestas y magnificadas por el capitalismo; que ha relegado a la política a un inexistente plano. O en el mejor de los casos, la ha subordinado a la economía todo poderosa, nuevo paradigma del orden e imagen virtual del mundo, nuevo principio metafísico que sustituye al del hombre como lobo para si mismo y los demás.






















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