jueves, 16 de febrero de 2017

El intento de una vida y el frío de su escritura (yII)

Toda escritura es una inscripción, y como tal, finita, limitada, fronteriza, que afirma, y habla sobre, algo concreto de un mundo infinito (como Alejandro Sawa, el gran dietarista español, que es: << Recuerdo de un hombre cuyas pupilas quedaron abrasadas por su afán de mirar fijamente lo infinito >>). Por lo tanto, hay en ella, una exclusión, una marginación y una ausencia de todo aquello que no contiene y no se dice, no puede decirse, una alteridad, y que es algo propio, aunque sea otro. En los dietarios será una pérdida, si no un olvido inexorable, que se pretende recuperar de un modo paradógico y contradictorio: con la misma escritura con que se ejecuta y consolida la amputación, la mutilación, la pérdida. En esa escritura hay la búsqueda de la identidad, y esta misma es la negación de la otredad, que también nos conforma y configura, moldeando nuestra subjetividad y penetrando hasta nuestra intimidad; el último refugio. Esa construcción del yo se escribe sin saber quién es; así lo define Alejandro Sawa, un  maestro del género: << Yo soy el otro; quiero decir; alguien que no soy yo mismo (...) Yo soy por dentro un hombre radicalmente distinto a como quisiera ser, y por fuera, en mi vida de relación, en mis manifestaciones externas, la caricatura, no siempre gallarda, de mí mismo >>. En esa otredad que nos es propia, en esa pérdida, nos buscamos, buscamos una identidad que siempre será ajena, alteridad, incompleta, incierta, y que dejará algo fuera, ausente, mudo, invisible, de nosotros mismos, que no recogerá la señal, la huella, la marca, el sello, de la escritura. Léautaud, en su prosa de registro vital, sentimental, erótico y memorialístico, asumirá, forjando así una condición indispensable del género diarístico, que en la frágil afirmación del yo, en contrarrestar su negación, está ligada la posibilidad de escribir en general. Y que en la exhibición de su autenticidad, se lucha contra su artificialidad, y toda la adulteración, modificación, hipertrofia, que ello supone. 

Los diarios, como género, son algo así como un almacén de escrituras miscelánias y una producción de subjetividad, allí donde, a través de la decantación inflexible del tiempo, los materiales de derribo literario, de derribo de la vida, sedimentan en una nueva obra en construcción, una obra emancipada de la distinción entre lo literario y lo extraliterario, es decir, entre la penetración estética y la tendencia sociológica. Diluyendo las escisiones entre el autor y su obra, personajes de ficción y el yo íntimo, estilo y personalidad, mundo y sensibilidad, entre subjetividad y objetividad. Un cajón de sastre donde guardar todo aquello de dimensiones diminutas y densas profundidades que nos sobran en el ultrajado y atónito mundo de las apariencias, las ilusiones, las sombras, y las costumbres públicas, pero que nunca dejamos precavidamente de proteger, como si mantuviera vivo un recuerdo exótico y remoto, un exceso de vida, un exceso de pensamientos, de sueños, deseos, y cristalizará todo en un íntimo secreto subversivo que hay que asegurar de la incierta y vidriosa mirada del otro, para que no nos destruya a nosotros ni haga impresentable, perverso, degenerado, el mundo que nos rodea. Ese secreto, que solo puede serlo escrito, es la modesta lucha por retener algo de la pérdida incombustible de la vida humana. Como si la vida fuera de alguna manera prestada, y se guardara en un no-lugar, un alugar, un sitio sin tiempo ni espacio, suspendido, sin extensión, intangible, para recopilarse, recapitular, y ser reapropiada, pues de sus ruinas y residuos, fragmentos, pecios, se construye el yo literario, el yo de la escritura y la vida. El secreto, lo que se acumula destruyéndose, ceniza, carbón, lucha, también, contra la vulnerabilidad de la intimidad, al borde de una confidencia, una confesión, imposible. Busca una forma de preservación y un modo de pensar sobre ella como sublimación de la trascendencia que nos acompaña y nos hace permanentemente nostálgicos de otros, viejo, nuevos, mundos posibles, incluso, de algo mejor que el mundo y sus hombres, porque la exposición, la disolución con los otros nos satura y nos parece insoportable e inasumible, su peso, su carcoma. 



  



viernes, 10 de febrero de 2017

El intento de una vida y el frío de su escritura (I)

Uno de los grandes problemas de la literatura ha sido la expresión de la intimidad real por vías limpias y depuradas, hasta la cristalización de una sólida y reconocida tradición como género autónomo, con una jurisdicción específica, una gramática y una semántica particular, singular, y diferenciada de los grandes géneros. Su operación literaria consiste en la reconstrucción de una vida desde sus escombros a través de un estilo egotista, una forma egográfica, en la que la artificiosa o natural escisión entre vida y escritura (obra) quede soldada en un único acto de recreación textual, un montaje en el mismo marco de la realidad. Tanto en Léautaud como en Pla, el origen de su dietarismo es fácil de rastrear, y se cifra en una rebeldía interior ante su propio oficio: terminar con la hegemonía de la novela y la identificación entre literatura y ficción. La fatiga de la novela y la poesía, el apelmazamiento de la imaginación y la imposibilidad de escribir bajo su sombra, les llevó a la sequía narrativa más aguda, y su peor prolongación, la imposibilidad de escribir y pensar de modo alguno mientras siguieran sujetos y atrapados por esos términos dominantes y oficiales. Existe otro motivo, y quizá el más crucial, para su rebeldía: luchar contra la presión de los intelectuales organizados en grupos de mandarines y de políticos articulados ideológicamente para los que el reestablecimiento del viejo mundo, de un mundo perdido, y la incrustación de sus ruinas en los cielos del nuevo mundo, pasaba por la tarea de construir una gran novelística sobre esta memoria del siglo, e imponer una Historia como madre de la patria y de la guerra. De hecho, su modo de lucha fue la indiferencia y el desprecio, una lucha que les erosionó y carcomió política y personalmente más de lo que se reconoce, y de cuyo éxito, como frutos podridos, cabe colgar un interrogante. Si Consiguieron con éxito la subversión, fue en la medida en que ambos son hoy, ¿y fueron?, reconocidos, canonizados, por su obra diarística y memorialística.  

Centrando la reflexión, Pla nos habla del problema crucial del género, cuyo horizonte, y hay que tenerlo en mente de un modo polémico pero no agónico, es siempre la demolición, ética y estética, de la novela moderna; la sustitución de la imaginación por la memoria. El despliegue de la intimidad será el material corrosivo protagonista de la descomposición, ¿será posible? Así lo reflexiona en unas vibrantes páginas de su obra magna, El quadern gris

<<  Em demano sovint si aquest dietari és sincer, és a dir, si és un document absolutament íntim. La primera qüestió que es planteja és aquesta: ¿és possible l’expressió de la intimitat? Vull dir l’expressió clara, coherent, intel·ligible, de la intimitat. La intimitat pura, ben garbellat, deu ésser l’espontaneïtat pura, o sigui una segregació visceral i inconnexa. Si hom disposés d’un llenguatge i d’un lèxic eficaç per a representar aquesta segregació, no hi hauria problema. Però el cert és que no existeix ni un estil adequat a la sinceritat ni un lèxic eficient. Però, àdhuc suposant un moment, que la intimitat fos expressable, ¿qui l’entendria, qui la podria comprendre?. Si no fos única, particularista, personalíssima, absolutament primigènia, ¿quin aspecte tindria, com es podria imaginar la seva presència? Quan no podem aclarir la nebulosa interna, diem habitualment: jo ja m’entenc… Els embriacs diuen el mateix. Sospito que les criatures, quan no arriben a fer-se entendre, pensen el mateix. La meva idea, doncs, és que la intimitat és inexpressable per falta d’instrument d’expressió, que la seva projecció exterior és pràcticament informulable. Penseu, només, l’enorme força de deformació i de falsificació que té l’estil tradicional, l’ortografia i la sintaxi habitual, en tota temptativa de voler expressar el pensament d’aparença més senzilla, en la pretensió de descriure el més insignificant objecte. [...] Aleshores, de la intimitat, què se n’ha de pensar? >>

Paul Léautaud, el viejo, cínico, misántropo, solitario escritor acre y obsesivo, grosero y zarrapastroso burgués parisino, ahí va, de Fontenay-aux-Roses a París, buscando entre nazis y las pulgas colaboracionistas, comida para sus gatos, los compañeros que llenan su día y su vida de suavidad, su único y verdadero amor junto a la escritura íntima y las putas, como las prefería, jóvenes y sin usar. Escribe infatigable las notas telegráficas y anoréxicas para su diario, privado y literario, confeccionando alrededor de diecinueve volúmenes y cerca de doce mil páginas, con el único objetivo de llegar a ser uno mismo, ¡cuantos tropos acumulados como ácaros en una frase! El eterno problema de la autenticidad aplicado a la literatura, la escritura de la desublimación artística, en su modo más artesanal y personal, más espontáneo, simple y directo, sin reescritura ni modificaciones: 

<<No soy nada brillante, en literatura. Primero, no consigo involucrarme del todo. Lo que se hace en torno a mí no me interesa lo suficiente. Lo noto cada vez más: sólo me interesa una cosa: yo, y lo que me pasa, lo que he sido, en lo que me he convertido, mis ideas, mis recuerdos, mis proyectos, mis temores, toda mi vida. Tras esto, pierdo fuelle. Lo demás sólo me interesa si tiene relación conmigo. Cuando no siento una cierta excitación, alegría o pena, no tengo gusto por nada, no se me ocurre ni una idea. ¿Seré pues un romántico? Cuando escribir se convierte en un trabajo lo mandaría todo al diablo. Y sin embargo tengo una voluntad de hierro. Algunas veces he empezado hasta 10 veces una misma página. Me sentía desdichado pero no importaba. Volvía a empezar. Tendría que tener la fuerza de no leer nada, de creer en mí. Como si fuese el único ser que escribiera.>> 

Pla en modo alguno es un escritor autoanalítico hasta el punto de anotar la presión sanguínea como Léautaud, no está dispuesto a la exploración profunda del yo ni a su exposición de un modo crudo y sin elaboración literaria ni temporal. La creación de su personalidad o de su yo como personaje literario no es una falsificación ficcional más o menos deudora de fragmentos autobiográficos, sino que responde al yo colectivo, asociado a las convenciones y costumbres morales ordinarias, a la exhibición cotidiana de máscaras sociales que cualquier ciudadano pone en acción en el momento decisivo del erotismo con una mujer, o en la intemperie y docilidad del mundo económico y familiar, sin perder el rigor y adecuación a la verdad y lo real. El yo de la escritura planiana es el simulacro y las apariencias de las sombras en la caverna platónica, el sujeto de ilusiones capitalistas y liberales estériles, pero no un producto especulativo de la imaginación. Nítidamente es una escritura egotista sometida a la arquitectura de la memoria y las condiciones e inclemencias, de su tiempo, de su época, de su carácter. Precisamente el límite que quería traspasar Léautaud y de cuya transgresión se le debe la fama de gran escritor de diarios íntimos, impertinente, áspero, ácido... él sí afronta el problema de la intimidad, la vida intempestiva, eterna, su imposibilidad o su realización, sin tantas reservas y de un modo abrumadoramente empírico y magro. Dos formas egotistas de afrontar la nueva gran escritura diarística dinamitadora de los géneros; una, afrontando la memoria de su mundo y la ciencia melancólica (el retorno de la vida como problema inmemorial y propio de la filosofía subjetiva), y la otra, liberando con penetración, no sin cierta futilidad, la intimidad de su misterio y turbación.   



 

domingo, 5 de febrero de 2017

La letra caída


Primeros días de enero de 2017, una mezcla de pobreza y miseria en las horas del mundo: 

Llevo una semana sin enviar mis notas a L., tengo que escribir, escribir fragmentos de vida y delirio, pisando ceniza, lo de siempre. Más allá de la coagulación de lo real, su inherente obstrucción, está el problema de la intimidad: la imposibilidad de escribir sobre el yo, esa visceralidad y espontaneidad inconexa, de un modo coherente, articulado, inteligible, penetrante y veraz, ante los otros, su juicio, su arisca mirada, su intensa piel. No escribo todavía, sólo rodeo. Resigo el perfil de mi vida fáctica, lo único comunicable, soportable y digerible, como en todos. Lo íntimo debería expresarse con ese mejunje textual de lo tierno y turbador, y le corresponde como tarea crear una forma de sentir particular, y por lo tanto de pensar, la subjetividad. Bajo la palabra de todo escritor de la vida íntima discurre una sensibilidad como forma de belleza y de inteligencia, un lenguaje de la incertidumbre y el quebranto, un léxico y un estilo propicios a la demolición y cercanos al escombro. Su género es precisamente la descomposición de todo género y la transgresión descuidada de todo límite textual y personal; allí donde vida y escritura se asimilan y se refinan hasta lo insoportable. ¿Hasta que punto su exhibición no es ya su destrucción, la falsificación y la manipulación de ambas? Su desintegración, es evidente, no depende de su negligente resolución técnica o del éxito y el fracaso en la operación literaria, sino de su propia naturaleza privada, hermética, críptica, desvirtuada una vez se revela en lo común. Cuando escribo mis notas a L., me enfrento no sólo a mi psicología como flujo de síntomas y pasiones, o a un problema literario más, a su forma estética y su mecánica expresiva, sino ante la propia descomposición del yo, que por extensión, es la propia imposibilidad de la escritura; si entendemos la intimidad como su bien más preciado, profundo y penetrante. 

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Tengo que pedirle a R. el fragmento de Bataille sobre la sensación de colapso del lector ante el interminable peso de la tradición y su hipertexto, me lo leyó una tarde en un bar amarillo, cerca de la ventana donde se veía caer la tarde y se consumía la vida. Estéril situación de yermo literario, en sequía productiva, no sale nada. La saturación de lecturas es indecible, leer como no leer me hace sufrir... abrumador olor a sombra de lo no leído. No leo. Paro. Noto el tacto del vacío, el sabor de lo muerto, gustos exuberantes, irremediables. Picoteo, deambulo por la casa, movimientos temblorosos, frágiles, inciertos, como un colibrí desorientado; curiosidad de mariposa, siempre. Ordeno mi estudio como si estuviera ordenando el mundo. Todavía es peor: luchar contra uno mismo y su distracción, su inherente dispersión ¿juvenil?, como si fuera la única realidad. Los mayores dicen que paso a paso, que hay tiempo para todo, para perder la inocencia incluso, pero cada paso es una renuncia, y acumulo los minutos de ese fracaso permanente. Veo los contornos del abismo, las esquinas de la nada, la sensación de no llegar y perderse, esta idea de terminado e irreparable, ¿ser consciente debe ser algo bueno?, lo dudo. Sólo algo autocompasivo, bah. 

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Saturación e intimidad, precioso pleonasmo.